Page 91 - El valle de los Cocuyos
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—¡Mírate, Pajarero! —gritó el niño.






               El Pajarero se miró.






               —¡No soy invisible! —exclamó el viejo, delirante de gozo.






               —La Sombra ya no existe, querido Pajarero —dijo el niño abrazando con fuerza
               a su amigo.





               Dos lágrimas de felicidad rodaron por las mejillas del Pajarero. Lágrimas que los
               alcaravanes secaron con sus alas.






               Cuando llegaron a la casa de Silbo Brumoso, le contaron sus aventuras y el
               cuidandero se regocijó con ellos del éxito de la búsqueda. Silbo Brumoso quiso
               que se quedaran unos días junto a él, pero tanto Jerónimo como el Pajarero
               deseaban ardientemente regresar a sus hogares.






               —¿Por qué tu rostro me es familiar? —preguntó de pronto Silbo Brumoso a
               Mariana.






               Pero ella no contestó y bajó los ojos con notable nerviosismo.






               —Voy a quitarte esas cadenas —le dijo Silbo Brumoso dulcemente.
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