Page 92 - El valle de los Cocuyos
P. 92
—¿Con qué se las quitarás? —preguntó Jerónimo.
—Ya verás.
Silbo Brumoso tomó en sus manos de neblina las argollas que aprisionaban los
tobillos de Mariana y empezó a cantar agudamente. Su voz parecía una flecha
proyectada hacia el hierro viejo y oxidado. Y poco después, ante los ojos
asombrados del Pajarero, Jerónimo y Mariana, las argollas se abrieron y Mariana
quedó verdaderamente libre.
—Gracias, Silbo Brumoso, gracias —le dijo Mariana conmovida.
El cuidandero sonrió y dijo enseguida al Pajarero:
—Me parece que las aves deben descansar. ¿Estás de acuerdo en que partan
dentro de dos días con el árbol hacia el valle?
—Creo que sí... —dijo el viejo mirando a Jerónimo.
—Está bien —dijo el niño, resignado.
Un susurro de hojas salió del cafeto y, acariciando sus ramas, Jerónimo le dijo: