Page 93 - El valle de los Cocuyos
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—Nos veremos pronto, amigo. Mientras llegas, escogeré con Anastasia el mejor
lugar para plantarte.
El Pajarero obsequió a Silbo Brumoso una de las plumas de alcaraván que
siempre había llevado consigo.
Se despidieron emocionados y partieron. Los pájaros rojos, aferrados a los
hombros del Pajarero, y el niño, a la mano de Mariana.
A medida que se iban aproximando al valle, Jerónimo mostraba a la mujer todos
los rincones de su querido valle. Le hablaba de los cocuyos, de las lagartijas y de
Anastasia. Cuando iba a empezar a hablar de las tortugas, notó que Mariana
tenía una cara muy triste, la misma que tenía cuando abandonaron el volcán.
—No es nada, Jerónimo, ya se me pasará —dijo ella antes de que el niño le
preguntara algo.
Por fin llegaron al rancho de Anastasia, quien con los brazos extendidos corrió
hacia Jerónimo mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas color de tierra.
El niño se abrazó a ella y por poco la ahoga a besos.
No hubo palabras entre Anastasia y el Pajarero Perdido, pues ambos parecían
entenderse en un mudo lenguaje. El viejo pudo ver en los ojos de ella la alegría
infinita que sentía al verlo junto a sus queridos alcaravanes.