Page 26 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—Nunca mencioné la palabra intrépida, pero sí, podríamos decir que sí.


               —Entonces ya está. Quiero ser la bruja del cuento. Sí, es fácil: que la princesa
               sea también una bruja que hace lo que quiere.


               —¡¿Te volviste loca?! —exclamó el escritor y tecleó al mismo tiempo. Su
               vecino, que paseaba en ese momento a su mascota en la acera de enfrente, echó
               un vistazo por la ventana y lo vio sentado solo ante la computadora. Pensó: “No
               cabe duda de que todos los escritores están mal de la cabeza”, y se alejó. El

               escritor prosiguió—: ¿Cómo voy a despedir a la bruja a estas alturas? Con el
               trabajo que me costó que aceptara el papel. Además, si no hay bruja tampoco
               necesitaremos un príncipe azul y no habrá ningún villano a quien vencer. No.
               ¡Jamás! Definitivamente esto no va a pasar.


               —Pues si no soy la bruja, renuncio a este cuento y listo. A ver cómo escribe una
               historia de princesas sin princesa. Puede escribirla sin la bruja mala o sin el
               príncipe, pero no sin mí.


               —No te pongas en ese plan. Reflexiona: si no hay bruja, ¿contra quién pelearía
               la princesa?


               —La princesa ya está peleando por su propia historia.

               Eso fue lo último que Anjana dijo al escritor. Por más que él tecleó para hacerla
               recapacitar, la princesa ya no respondió. Aturdido, se volvió a pellizcar para

               corroborar que no estaba soñando, pues era incapaz de dar crédito a lo que leía
               una y otra vez en su monitor. Anjana hablaba en serio. Y entonces cayó en la
               cuenta de que, mientras la princesa siguiera en huelga, ésta ya no estaría en su
               imaginación y no podría terminar de escribir su historia.


               Así que optó por salir a dar un paseo para reflexionar en lo sucedido. Primero
               pensó en hablar con sus amigos escritores al respecto, pero temió que lo tacharan
               de loco o de desesperado. Él mismo no habría creído semejante historia si
               alguien más se la hubiera contado.


               Y mientras el escritor cavilaba en un parque cercano, en el monitor de su
               computadora apareció lo siguiente:


               —Si usted no se atreve a contar mi historia, lo haré yo misma.
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