Page 25 - El secreto de la nana Jacinta
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Cierta mañana calurosa comprendí por qué nos habían abandonado la calma y el
sosiego. Mis hermanos y yo nos preparábamos para ir a recolectar frutas cuando
llegaron los guerreros de nuestra tribu enemiga: los Hombres de Fuego. Eran
muchos, todos iban pinta dos con figuras rojas en el rostro. Entraron a la aldea
gritando y exigiendo a las mujeres entregar las semillas y frutas que guardaban
en las vasijas de barro; pronunciaron palabras incomprensibles y los hombres de
la aldea salieron de las casas, gritando y haciendo señas para pedir a los
invasores que se fueran y que no volvieran más. Por el momento se fueron, pero
la guerra sólo había comenzado.
No recuerdo haber sentido nunca más terror que en aquellos días. La aldea se
convirtió en un pequeño infierno. Los enemigos quemaban nuestras casas, nos
robaban el alimento y contaminaban el agua. Todos en la aldea corrían de un
lado a otro; no se oía sino el llanto, los gritos y los cantos guerreros de los
enemigos. Tratamos de resistir, pero nos fue imposible. Los Hombres de Fuego
tenían algo que hasta ese momento era completamente desconocido en la aldea:
pólvora y mosquetes.
El estruendo de aquellas armas pronto se sumó al horror de las batallas. Nuestra
gente moría ante las balas de los enemigos y pronto no nos quedó más remedio
que la rendición. Entonces sucedió lo que jamás imaginamos: los invasores
tomaron prisioneros a los hombres de la aldea, los separaron de sus mujeres e
hijos y se los llevaron para siempre. Tiempo después volvieron, hicieron
prisioneras a algunas mujeres, las más jóvenes, y también huyeron con ellas.
Aquellos acontecimientos nos dejaron inmersos en tristeza, angustia y confusión.
Una noche, junto a la hoguera de nuestra choza, ya reconstruida, Ñandá me
abrazó con lágrimas en los ojos y me habló así:
—Mira, Takné, ya has visto la fuerza y la ferocidad de los Hombres de Fuego.
Ellos se fueron, pero muy pronto volverán. Cuando regresen, seguirán
llevándose a nuestras mujeres y a nuestros hombres para entregarlos a cambio de
más pólvora y mosquetes a los hombres blancos que llegan del mar. Es
importante que sepas que quizá también nos separen a Bigú, a Utu, a ti y a mí, y
que quizá no volvamos a vernos. No llores, Takné: aunque estemos lejos,
nosotros permaneceremos siempre juntos y algún día volveremos a encontrarnos,
lo mismo que con tus padres y con los mí os. Vamos, nena, no llores así, que
necesito darte algo importante —concluyó la abuela.