Page 29 - El secreto de la nana Jacinta
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”Mi niña, este es el regalo que quiero darte. Cuando estemos lejos, cuando no
podamos vernos más, aprieta las perlas sobre tu corazón: verás qué fácil será que
me sientas cerca como siempre. No lo olvides nunca, Takné: la compañía se
guarda en el corazón. Y recuerda, existen muchas maneras de acompañar. No lo
olvides, mi nena, y no te olvides jamás de esta vieja que te ha querido con su
vida.
Lo que vino después preferiría no recordarlo ya. Ñandá tenía razón: los Hombres
de Fuego volvieron. Nunca más volví a ver a la abuela, tampoco a mis
hermanos. A mí me capturaron con otras mujeres y los invasores nos vendieron
en la costa a los hombres blancos, que a cambio les dieron pólvora y mosquetes.
Fueron ellos, los blancos, quienes nos metieron en el barco que habría de
traernos a estas tierras como esclavos.
El viaje por mar fue triste, doloroso, largo. Nadie sabía realmente cuál era
nuestro destino: todos éramos negros, hombres y mujeres, pero hablábamos
distintas lenguas, proveníamos de diferentes aldeas y era difícil entendernos. En
aquel barco reinaban la confusión, la angustia y la tristeza. Algunos llegaron a
pensar que quizá los hombres blancos nos habían capturado para fabricar más
pólvora con nosotros. Después de días y días en alta mar, alguien anunció que
habíamos llegado al puerto. Efectivamente, así era: al fin estábamos en la Villa
Rica de la Vera Cruz.