Page 33 - El secreto de la nana Jacinta
P. 33

Bienvenida a la Villa Rica de la Vera Cruz: las historias

               del puerto







               LLEGAR a la Villa Rica fue un descanso. La angustia de alta mar, el encierro y
               la falta de alimento terminaron en cuanto pisamos tierra. El puerto no era
               especialmente hermoso; aun así, y a pesar del gris del mar, los nubarrones y el
               mal tiempo, aquella ciudad nos recibió con alegría y buenos augurios.


               Lo primero que vi al bajar del barco fue la sonrisa de un viejo negro que se
               acercó a recibirnos. Era Mateo, Mateo de Astudillo, esclavo del Congo,
               estibador en el puerto y el primer amigo que hice en estas nuevas tierras. Fue en
               Veracruz donde aprendí a hablar el castellano y fue también ahí, unos pocos días
               después de haber desembarcado, donde recibí el santísimo sacramento del
               bautismo y, con él, mi verdadero nombre, el cristiano: Jacinta, Jacinta de los
               Reyes.


               En el puerto se trabajaba mucho, se veían muchas cosas y se comía de maravilla.
               Desde el primer día de mi llegada conocí a los que serían mis primeros amos.
               Don Diego de Estrada, español, y su mujer, doña Jerónima, mestiza, fueron al
               puerto en espera del cargamento de esclavos que se había anunciado. Después de
               revisar a varias de mis compañeras de viaje, ambos decidieron comprarme a mí,
               y en realidad fui muy afortunada. Don Diego y doña Jerónima poseían almas
               caritativas y eran dueños del mesón La Jaiba Andaluza. Aquella fonda tenía
               fama de ser el sitio donde mejor se comía en todo el puerto, y era verdad.


               Teresa de San Miguel era gran cocinera; con ella aprendí los secretos culinarios
               de la tierra veracruzana. Teresa era negra también; esclava en el mesón de don
               Diego y doña Jerónima desde hacía varios años, la pobre no se daba abasto y por
               ese motivo sus amos me compraron. La cocina de Teresa siempre fue un lugar
               divertido. Las cazuelas hirviendo despedían aromas que invitaban a todos a

               pecar: caldo de camarón, pescado a las brasas, pulpos en su tinta, platanitos
               fritos y arroces de varios colores: rojo, blanco, amarillo.

               La negra sabía guisar y también ordenar. En su cocina, Teresa nunca estaba sola.
   28   29   30   31   32   33   34   35   36   37   38