Page 31 - En estado de GOL
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AHORA no estoy jugando y eso me tiene francamente desesperado. En el equipo
de Morelia, yo también llevaba el número diez en la camiseta y mis compañeros
me decían Ziné, por Zizou obviamente.
—¿Está Ziné, señora?
—¿Quién? —dijo mi mamá la primera vez—. ¿A quién buscas?
—A Beto, señora, disculpe. ¿No sabía que le decimos Ziné?
No. Mi mamá no sabía, por supuesto; pero le bastó la información de Mario para
echarme un grito:
—¡Ziné! Te hablan por teléfono.
A partir de entonces, hasta en mi casa me dicen Ziné, ¿cómo ves? Así que si
quieres puedes llamarme así, es un apodo que me gusta.
Ahora no sé si volveré a llevar el número diez, que es raro para un delantero. Los
delanteros llevamos más bien el nueve, el once, el siete, incluso hay quien ha
tenido el cinco. Ni siquiera sé si seré seleccionado para el equipo de la nueva
escuela. ¿Cómo no estar furioso?
Lo que me sucede es confuso, porque entiendo y no. No es que la culpa sea
íntegramente de mis papás, pero quizá pudieron evitar que me sintiera así de
mal. Corrijo: que mi hermana y yo nos sintiéramos así de mal. Nos hubieran
preparado para este cambio, que es como si de pronto alguien te dijera: “Ahora
debes vivir de noche” o “Todo lo que hacías de día, lo harás de noche”. ¿Te
imaginas desayunando a la una de la mañana? ¿Verdad que no sería natural?
Pues esto es un cambio más o menos así de loco: que nos mudáramos a la
Ciudad de México era quizá inevitable, pero si nos hubieran dicho con más
tiempo, como para hacernos a la idea, a lo mejor no nos hubiera pesado tanto.
Vivir aquí no es fácil. Todo parece medio agresivo: mucha gente, muchos
coches. Me fastidia tanto esta ciudad, es como si tuviera que jalar un costal de
clavos a donde quiera que vaya. Mi papá dice que me voy a acostumbrar, pero
no sé hasta cuándo.
Mudarse es un caos, un desbarajuste, una desorganización; algo que cambia tu