Page 70 - En estado de GOL
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Llevabas unos pantalones color café y una camiseta amarilla, y en lugar de la

               cola de caballo de la otra tarde, te habías dejado el pelo suelto que te llegaba a
               media espalda.

               Dejaste el cereal y, no debes de acordarte, pero tu mamá te mandó por algo más,

               y volviste a desaparecer por el pasillo; y aunque me dieron ganas de seguirte, no
               pude porque a mi mamá se le había olvidado comprar una lata de piña en
               rebanadas y me mandó por ella.


               Cuando nos formamos en la caja, mi mamá dijo:

               —Ni la busques, la vi salir cuando fuiste por la piña, te tardaste mucho; además
               te viste lento porque era tu oportunidad para seguirla, por eso te mandé. Son

               españolas, porque cuando pagó alcancé a oír sus gracias con una c más cerrada
               que la puerta del garaje del vecino.

               (Una puerta que nunca se abre y que está toda oxidada.)


               ¡Qué mala pata! Aquella tarde te marchaste por ahí sin que pudiera ver hacia qué
               rumbo, y como comprenderás me puse de mal humor porque mi mamá me
               mandó por la piña en el momento menos indicado.


               La tercera vez que te vi fue cuando iba en la bici a mi clase de karate. Cruzabas
               la calle con unas amigas. Una morena, más alta que tú, y otra pelirroja. Traían
               unos libros en la mano, no sé si iban a hacer la tarea en casa de alguna de ustedes

               o iban a tomar una clase o si salían de la papelería o qué. Pasé delante de
               ustedes, pero no te volviste a mirarme. Sólo tu amiga, la pelirroja, me sonrió.
               ¿Cómo se llama?


               La siguiente vez fue en el centro comercial La Plaza, cuando te saludé con la
               mano, de lejos, y me contestaste. ¿Lo recuerdas?


               Esa noche no podía dormir de lo contento que me sentía porque me habías
               saludado. Recuerdo que cuando salí de La Plaza la tarde estaba clara, el cielo
               limpio, y hacía calor.


               Yo iba con Mario, que se burló:

               —De estas tardes hay pocas, ¿no?
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