Page 101 - Sentido contrario en la selva
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Donde veo la utilidad de un cuaderno de notas que se

               convierte en espejo…







               AHORA QUE ESCRIBO esta historia, y que lo hago tumbado sobre mi cama,
               con una foto de Claudia, otra del jaguar y una de todos nosotros frente a la
               palapa–comedor, me doy cuenta de que Sita realmente hizo un buen trabajo. Su
               cuaderno es como ver una película: sabemos cómo caminaban —caminábamos
               — agachándose en la selva cada uno, cómo unos eran más ágiles o más ruidosos.
               Sabemos, además de los datos, del olor de la selva, de cómo había lugares donde
               se nos sumían las botas en el espesor de las hojas sobre la tierra.


               Acerca de las luciérnagas, Sita hizo unas observaciones que me han hecho
               repensar lo que aquí conté de cómo me sacaron de la negrura. Repensar no
               quiere decir negar. Sita anotó que muy frecuentemente veía un grupito de
               insectos brillantes sobre mi cabeza. (Entre paréntesis escribió que no era la
               primera vez que eso ocurría. ¿Será por mugroso?, me pregunto. Sabemos cómo
               se despertaba cada quien, claro que ella lo debe haber escrito un día en que se
               levantó más temprano que los demás, y estaba ya con las neuronas conectadas
               para contar cómo se asomaban al día todos en el campamento. Por eso sé que
               Claudia despertaba con los ojos mirando a lo lejos, con la cabeza de lado, como
               si escuchara todavía algo de su sueño. Sé que Ricardo tenía la capacidad de oír
               sonidos muy lejanos; que parecía adivinar, en ocasiones, lo que pensaba alguien
               si se colocaba lo suficientemente cerca. Recordé sus preguntas tan directas y

               precisas acerca de la avioneta. Comprendí que Emilio cuidaba de manera muy
               especial a Norma, porque era alérgica a casi todas las picaduras de insecto. Así
               que Emilio caminaba vigilando sus pasos y los de ella. Leí que don Tomás de
               Pablos se preocupaba por Claudia, preguntándose si un padre solo puede educar
               bien a una hija. A mí, en lo personal, me parecía que había hecho un trabajo
               fantástico. Sita anotó algo entre paréntesis y lo tachó convirtiéndolo en ilegible.


               En su cuaderno registró lo que comimos cada día. Aparece el tamal de lagarto,
               con diez signos de exclamación. Guiso de frijol con tapir. Unos cuantos signos
               de exclamación. “No estuvo nada mal”, escribió entre paréntesis. También
               apuntó: “me muero por un pan con queso y un vaso de vino”.
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