Page 96 - Sentido contrario en la selva
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La miré sorprendido, no era su estilo. Pero nadie chistó, la seguimos por un

               sendero que bordeaba río arriba. Yo nunca había tomado ese camino y avancé
               con curiosidad detrás de los demás. Cuando alguien le preguntaba a dónde nos
               dirigíamos, Sita se daba la vuelta, sonriendo y ponía un dedo en sus labios. “No
               pregunten”, decía sin decir. Me pareció que le hizo un guiño a Ricardo. Puede
               que no. O que sí. Caminamos hasta que se escuchó un cambio en el sonido del
               agua. Llegamos a una cascada, no muy alta, una especie de cortina de agua que
               caía con estruendo. Sita se volvió hacia nosotros, se quitó los zapatos y se metió
               vestida debajo del chorro. Se adivinaba su forma y el color de su ropa debajo del
               chorro de agua. Vagamente se escuchaba un extraño ruido, un clamor lejano,
               algo distinto al agua cayendo sobre las piedras. Era la voz de Sita desde adentro.
               Vimos su mano saliendo por la cortina de agua y haciendo signo de que nos
               acercáramos. Nos quitamos los zapatos y corrimos hacia la cascada. Debajo del
               agua gritamos todos juntos, entre carcajadas y tragos de agua, y jugamos a ver
               quién gritaba más fuerte. Dejamos que el agua nos cayera con toda su fuerza
               sobre la cabeza y el cuerpo. Había que hacer mucha resistencia para que no nos
               jalara o nos aplastara.


               Cuando salimos de ahí, yo sentí que el agua había arrastrado todo el malestar de
               la mañana. Exhaustos, chorreantes, descansamos un momento al sol. Ricardo
               puso las manos sobre los hombros de Sita que estaba sentada sobre una piedra.

               Ella sonrió como cuando come pastel de plátano, su postre favorito. Claudia me
               miró tratando de leer en mis ojos mi pensamiento. Pero mi pensamiento todavía
               estaba debajo del agua, así que me pareció normal que Sita sonriera así, y normal
               también que yo mirara a Claudia como si hubiera aparecido una visión, y
               susurrarle que nos quedáramos al final de la fila en el momento del regreso.


               Algunos durmieron la siesta hasta que nos tocó cumplir con la ayuda a Norma
               para preparar la cena. Pero yo me escabullí porque C´ayum me esperaba en el
               cruce de los caminos, y lo demás lo saben todo ya. Bueno, casi todo. No todo.
               Definitivamente, no todo.
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