Page 94 - Sentido contrario en la selva
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Donde cuento lo que pasó antes y resulta que ver tanta
tele no es tan malo, y donde se sabe que lo que no se
cuenta es lo más importante…
CONTARÉ AHORA LO QUE OCURRIÓ antes de que le entregara los regalos a
Claudia. Es que el día había sido tan largo, con tantas cosas, que se necesita
poder contarlo en dos tandas. Después de que Filomena cruzara los aires,
llevándose a un Pedro muy alterado, Ricardo y Emilio nos alcanzaron. Mil
preguntas surgieron pero pocas respuestas que no supiéramos. Pedro cargaba
esas palmeras que se mandaban por avión a distintos viveros, que a su vez las
exportaban como plantas de ornato. Se llegaban a vender en más de cien dólares.
Por supuesto es un negocio donde ganan muchos, aunque los que menos
ganaban eran los indígenas que sacaban y envolvían las plantas.
Emilio señaló el envoltorio y las revistas del suelo.
—Nicolás las sacó de la avioneta —señaló Claudia—. Parecía que había varios
paquetes como éste.
Ricardo levantó la revista con una sonrisa de complacencia, intentando no
hojearla demasiado, y en el momento en que la doblaba algo se cayó de entre sus
páginas.
Me dirán que ver demasiada tele no es bueno. Mi madre se cansó de decirme que
la tele te va robando la vida, la fuerza para levantarte, hasta que te vuelves un
zombi que despierta y enciende el televisor antes de recordar cómo te llamas.
Cuanto menos caso le hacía, más subía de tono el discurso: que los ciudadanos
que convenían al sistema eran ésos, los que preferían la pantalla a la vida, la
imagen al pensamiento. Pero por una vez, tanta tele parece que dio fruto, porque
eso que se escapó de la revista lo pesqué al vuelo: eran bolsitas de plástico con
una sustancia blanca. La sacudí entre mis dedos, sintiéndome el policía de CSI
—¿Es eso lo que creo que es? —preguntó Sita.