Page 76 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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Era sábadoy nadie sabía nada






               De la tristeza de la separación no voy a hablar. De las semanas de llanto

               incontenible que le siguieron, tampoco.

               Mejor voy a contar el final de la historia que sucedió dos meses y medio después
               de haber dejado a mi papá otra vez solo.


               El final de esta rama… perdón, de esta historia, ocurrió un sábado en el que la
               vida hacía como que pasaba y nosotros hacíamos como que la vivíamos.


               Hasta que a las tres de la tarde oímos un claxon en la entrada de la casa.


               Mi mamá salió a abrir y entonces ocurrió un milagro:


               Escondido entre un sinfín de maletas, cajas de cartón, ropa y juguetes sujetos por
               unas sábanas, una lámpara de pie y varios objetos inclasificables, venía mi papá.


               Aún hoy me pregunto como consiguió manejar aquel coche desde Texas hasta
               nuestro pueblo sin poder ver nada a través del vidrio trasero.


               Ahí metido, como muñeco de peluche en medio del baúl de los juguetes, apenas
               con la cabeza asomada para mostrarnos una enorme sonrisa, llegó mi papá de
               sorpresa.


               —¡No nos avisaste que venías! —gritamos al unísono


               —No habría sido sorpresa.


               —¡¿Y manejaste desde allá tú solito?! —se asombró mi mamá.


               —¡Y gracias a eso ya tenemos coche!


               —¡Ay, señor, señor! ¡Qué cruz! —bromeó mi Yaya con mi papá, y luego le
               aclaró a mi madre—: ¿Ya ves como rezándole al Santo Niño de Atocha iba a
               venirse luego luego?
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