Page 161 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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nada de teléfonos, nada de cámaras de fotos ni tazas de café con tu nombre

               escrito.

               De hecho, cuando después de dar mil vueltas por la escuela llegué diez minutos
               tarde al aula que andaba buscando, lo único que indicaba que allí se reunían los

               del periódico era una hoja de papel amarilleada que, sobre la puerta, decía
               sencillamente: «El Noticiero de Tercero».

               Entré sin llamar. Aproximadamente unos doce o quince niños charlaban sentados

               en un gran corro de sillas desconchadas. Todos se volvieron hacia la puerta al
               oírme entrar.

               –Pasa, pasa –me dijo Sofía con toda naturalidad y con una sonrisa de la que cada

               día me fiaba menos–. Siéntate. Íbamos a repartir las tareas para esta edición.

               Me senté aparentando tranquilidad. En aquel momento no podía sentirme
               Rebecca por más que lo intentase. Volvía a ser Úrsula. Una Úrsula que, otra vez,

               trataba de no meter la pata. Y eso significaba: ni una sola mentira. Es lo que me
               había prometido durante el desayuno, jurándolo sobre las tostadas con
               mantequilla y con la mano derecha pringada de mermelada en el corazón. Ni
               una. Y si no abría la boca, mejor.


               –Ya estamos todos –volvió a hablar Sofía, que no necesitaba aparentar
               tranquilidad–. Me encanta ver algunas caras nuevas por aquí hoy. Lo primero
               que quiero preguntaros a los recién llegados es... ¿alguno tiene experiencia
               escribiendo para un periódico?


               «Oh, sí –pensé inmediatamente–, yo me encargué de cubrir el famoso robo de
               esmeraldas del Museo Metropolitano para el periódico de mi anterior escuela.
               También soy autora de varias columnas de opinión y tengo experiencia
               entrevistando a famosas estrellas del rock. Y te juro que es verdad». Madre mía,
               qué ganas tenía de soltar todas esas tonterías y acabar con aquella tensión
               insoportable.


               –No –murmuré suavemente y sacudí la cabeza, igual que los demás.
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