Page 17 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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“De veras que es rara”, piensa. El cansancio le cierra los párpados.


               Es sábado. El reloj marca las doce treinta del día. Se ha dormido más que de
               costumbre. No hay problema. Sabe que su madre está ausente. Se quedó
               dormido con la ropa puesta, pero no se cambia. Ni los zapatos se había quitado.

               Se echa agua en el cabello, pero le queda casi igual. Se lo acomoda con los
               dedos para disimular los gallitos. Le abre la puerta a Monet, que sale al jardín,
               apresurada. El sol está cayendo a plomo, pero no siente calor. Saluda a doña
               Jacoba, que pasa con una bolsa de pan recién hecho y no le contesta el saludo.
               Cada día está más sorda la viejita. Ya cumplió los noventa años.


               Juan cruza la avenida Hidalgo y entra a la calle Zaragoza. Las casas de al lado
               están solas, abandonadas, y le parece curioso que solamente la que tiene el 423
               esté habitada. Cuando se acerca, Lucina está en la ventana. Tiene los ojos rojos.
               Juan, preocupado, empuja la puerta, que sigue entreabierta. Atraviesa de nuevo
               el pasillo húmedo. Al fondo, percibe que alguien pasa por la ventana de la
               cocina. Quizás es solo una sombra. Las notas de un vals endulzan el aire.
               Reconoce la melodía: “Viva mi desgracia, pues yo sé que no me quieres tú, fue
               tan solo una ilusión de amor, y luego te perdí”.


               También a su abuela le fascinan los valses. Va hacia la sala donde se encuentra la
               niña. Es indudable que ha llorado, sus ojos lo revelan.


               —¿Qué tienes? —le pregunta.


               —Nada.


               —Tienes sangre en los dedos. ¿Te lastimaste?


               —Es que mamá se enojó, y me muerdo las uñas cuando me van a regañar.

               —¿Por qué se enojó?


               —Porque no le hice caso.


               —No quiere que entre aquí, ¿verdad?


               —No, no es eso. Al contrario. No quiere que te vayas.


               —¿Tienes Merthiolate? ¿Te duele?
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