Page 20 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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izquierda tiene un espejo de paleta. Juan grita aterrorizado y corre.


               Está de nuevo en el corredor. Nervioso, trata de abrir dos o tres puertas. Es en
               vano. En la cuarta logra entrar. Cierra. El espacio es estrecho, parece una celda:
               apenas una cama de resortes, un libro negro sobre una mesa de metal y un baúl

               en un rincón. Levanta la cara y observa que del techo parecen colgar
               murciélagos. La pared tiene varias frases escritas con tinta de un rojo oscuro.
               Lee algunas: “Ayúdenme”, “Por favor sáquenme”, “Voy a morir”. Se fija bien.
               Las escribieron con el dedo. La tinta es sangre. Juan mira a su alrededor. Le
               llama la atención una manga de acrilán que sale del baúl. Se acerca. Levanta la
               tapa y reconoce el suéter que usan en su escuela. Lo toma y se aterra al descubrir
               que tiene un nombre bordado: Braulio Meza. Lo arroja y cierra el baúl. La
               cerradura suena. Alguien intenta entrar. Un rechinido lento taladra su oído. La
               sombra se proyecta contra el piso. Con torpeza alguien camina hacia el interior
               del cuarto. Da un paso y otro más arrastrando los pies. Gime. Avanza
               lentamente. Juan mira a su espalda mientras aguanta la respiración. Es un chico
               de edad aproximada a la suya, pero casi en los huesos. Mechones de cabello
               cuelgan de su cráneo. Emite un sonido gutural. Juan sale del lugar y corre.


               Ahora baja por la escalera que desemboca en el patio. El pánico le hace cobrar
               fuerzas y avanza a grandes pasos. Desea con toda el alma salir de aquel lugar tan
               lúgubre y no regresar jamás, pero al dar vuelta choca de frente contra alguien
               que lo espera al pie de la escalera. Con la cabeza le golpea el rostro y se da
               cuenta de que le ha tirado algunos dientes y el ojo derecho. Juan está ante una
               mujer flaca, de mirada siniestra, labios secos y cabello sujeto en un chongo. Ella

               le brinda una sonrisa desdentada y lo mira con el ojo que le queda.

               —Regresaste, precioso.


               El muchacho está atónito. Apenas puede dar crédito a lo que ve. Aquello es una
               broma de mal gusto o se trata de una pesadilla. La mujer se inclina a recoger los
               dientes y el ojo. Abre la boca para colocárselos. Escupe sobre el ojo sucio, lo
               limpia en su vestido y lo mete en la cavidad ocular.


               —Cuando una envejece el cuerpo se arruina. ¡Todo se empieza a caer! No te
               preocupes. Tener más de cien años no es fácil. Cada parte de tu cuerpo te va
               traicionando.


               Juan asiente. La mujer prosigue:
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