Page 23 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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pelo pintado de amarillo que portaba una entallada playera de los Sex Pistols,

               facilitaba un rifle de diábolos para disparar a las figuras de latón que aguardaban
               al fondo, a unos cuatro o cinco metros.

               —¡Algodones! ¡Algodones de azúcar! ¡Lleve su algodón! ¿Quieres uno, niño?

               ¿Te gusta rosa o amarillo? —inquirió un anciano sin dientes, flaco, casi en los
               huesos, cuyos ojos casi se perdían bajo tantas arrugas.

               —No, gracias, señor.


               —Ándale, mijo, compra uno. No seas malo.


               —No, señor, no queremos nada. Que le vaya bien —contestó José, y añadió en
               voz baja para Miguel—: Pinche viejito enfadoso.


               Una rueda Ferris giraba casi solitaria en medio de aquel sitio. Sus luces
               titubeantes subían y bajaban, tratando de atraer usuarios.


               —Cómo rechina esa rueda. Parece que se van a caer los asientos.


               —Le ha de faltar aceite. ¿Nos subimos?


               —¡Querrás que nos matemos! Se está desbaratando.


               —Entonces vamos a meternos al que te dije.

               —Está bien. ¿Cuánto cobran?


               —No sé. Vamos a preguntar.


               Miguel se acercó a la taquilla y le preguntó el precio a una señora gorda que
               apenas cabía en su caseta de metal y devoraba con voracidad conmovedora un
               enorme elote con crema y queso.


               —Son veinte pesos por los dos —dijo la mujer, con la boca llena.


               —Está bien caro, oiga.


               —Se van a morir de risa.


               —¡Chale! Agarra los boletos —pidió Miguel.
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