Page 28 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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—A mí me quedan diez pesos. ¿Y a ti?
—También.
Una voz chillona anunciaba:
—¡Pásele al museo del horror, donde se encontrará con los más extrañas
criaturas de la naturaleza! ¡Conozca a la serpiente de dos cabezas, única en su
género y traída desde el corazón del Amazonas! ¡Venga a ver al gato de siete
patas! ¡Mire con sus propios ojos al cerdo con cuernos de chivo! ¡Diez pesos,
solo diez pesos! ¡Póngase en contacto con estos fenómenos venidos de los
lugares más remotos del mundo! Señora, ¡anímese, pásele, invite a su esposo!
¡No se queden sin conocer a la niña que se convirtió en tarántula por
desobedecer a sus padres, un caso muy triste que les puede ocurrir a las niñas de
hoy! Platique con el niño que por hablar mal de la gente, por andar arrojando su
veneno, se convirtió en sapo. ¡Pásele al verdadero museo del horror!
—Se oye interesante. ¿Entramos?
—¡Algodones, algodones! —pasó el viejito ofreciendo sus golosinas
nuevamente. José respiró tranquilo porque no le reclamó el escupitajo que le
había lanzado. Sin embargo, el anciano se le quedó mirando y se llevó la mano a
la cabeza. Entonces tomó la decisión de meterse en el museo del horror, justo
detrás de José y Miguel.
Cada muchacho pagó su boleto. Un enano cabezón con bigote abundante les
abrió la cortina. Lo primero que observaron fue que sobre una tabla de madera
había distribuidos al menos quince o veinte frascos de vidrio que contenían
diferentes criaturas. Cada una tenía una cartulina al pie (“Cerdo con cuernos”, se
leía, y dentro de aquel recipiente flotaba un feto de cerdo con leves
protuberancias en la cabeza, por ejemplo). Destacaba un frasco grande donde
reposaba un perro con cara de ratón, sumergido en alcohol o vinagre. “Perratón”,
señalaba una cartulina rosa. Y así sucesivamente, un frasco tras otro hospedaban
criaturas muertas con malformaciones congénitas exageradas con los apelativos
“Pez del averno”, “Puercoespín albino”, “Águila de tres ojos”, “Gato del más
allá”. Miguel curioseaba tratando de encontrarle el tercer ojo a un pájaro metido
en un frasco de cinco litros, pero no lo localizaba por ningún lado.
—¡Nos fregaron, son puros frascos! —exclamó José—. Parecen lombrices. O
sapos, como los que nos pone a destripar el profe de Biología en el laboratorio.