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G. Mar aitón
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                             miserables. Más, en torno de esta efi­
                             cacia segura y controlable, en torno
                             de nuestras recetas de efecto matemá­
                             tico actuamos sobre el hombre dolo­
                             rido por la vía invisible e imponderable
                             de la sugestión. Y, como tantas veces
                             he dicho, no de la sugestión intencio­
                             nada, que entonces es arma burda, uti-
                             lizable sólo para insensatos y por profe­
                             sionales sospechosos, sino de la suges­
                             tión inconsciente, la que hemos llama­
                             do «bilateral», porque de ella participa,
                             sin darse cuenta, tanto como el enfermo
                             que la recibe, el doctor que la aplica.

                              El valor del
                              entusiasmo.
                                Si yo digo: «voy a sugestionar a
                              este enfermo», probablemente repre­
                              sentaré, ante su dolor, una comedia un
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