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Vocación y ética          107
         tanto burda; para mi temperamento,
         casi repugnante; y útil tan sólo si el
         enfermo posee una categoría espiritual
         muy poco diferente de la de los salvajes.
         Pero si yo tengo una fe profunda en
         mis armas terapéuticas y las aplico,
         lleno de entusiasmo, a mis pacientes,
         esta fe y este entusiasmo multiplicaren
         hasta límites inverosímiles la eficacia
         bruta de mi jarabe o de mi inyección.
         Y puede suceder que, en definitiva, el
         jarabe o la inyección no sirvan casi
         para nada y, sin embargo, mi fe, trans­
         mitida, sin yo saberlo, a mi enfermo,
         sea bastante para curarle: para curarle
         de verdad. Así se explican los casos,
         numerosos en la historia de cualquier
         médico avezado, de que un medica­
         mento en el que, en virtud de postula­
         dos teóricos que teníamos por ciertos,
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