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Vocación y ética           29
             y no quererle para sí, para poseerle.
             Por eso, y es el más alto ejemplo, se
             ama, pero no se quiere a Dios. Además,
             el que «quiere», el que quiere a algo,
             persona o cosa, puede querer a la vez
             otra cosa o persona parecida; no a la
             única e intransferible que es objeto del
             genuino amor.
               Por todo esto, la vocación ideal es
             no sólo parecida al amor, sino muy
             parecida al amor religioso. Y he aquí
             por qué, no en vano, la vocación más
             pura, la que, en castellano y en todos
             los idiomas latinos, representa, casi por
             antonomasia, a la vocación, es la de
             la vida religiosa. Cuando decimos de
             un hombre o mujer que tiene «voca­
             ción», sin añadir para qué, todos en­
             tendemos que aspira a ingresar en un
             claustro o ser, cuando menos, sacer-









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