Page 222 - Dune
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descubre  que  es  un  Harkonnen…  por  mi  causa.  ¡Qué  poco  me  conoce!  Yo  era  la
           única mujer de mi Duque. Acepté su vida y sus valores a pesar de que desafiaban mis
           órdenes Bene Gesserit.

               El  globo  de  la  tienda  se  activó  al  contacto  de  la  mano  de  Paul,  llenando  el
           pequeño espacio del refugio con su luz verdosa. Paul se acuclilló ante el esfínter, con
           el  capuchón  de  su  destiltraje  regulado  para  una  salida  al  desierto…  el  frontal

           apretado, el filtro de la boca en su lugar, los tampones ajustados en la nariz. Sólo sus
           oscuros ojos eran visibles: una estrecha porción de su rostro que se volvió un instante
           hacia su madre.

               —Prepárate para salir —dijo, y su voz sonaba ahogada a través del filtro.
               Jessica se colocó el filtro en la boca y ajustó la capucha, mientras observaba a su
           hijo abrir la entrada de la tienda.

               La arena crujió cuando el esfínter se dilató, y una sofocante nube de granos cayó
           al  interior  de  la  tienda  antes  de  que  Paul  pudiera  bloquearlos  con  el  compresor

           estático. Un agujero apareció en el muro de arena cuando el haz empujó los granos.
           Paul salió al exterior, y Jessica escuchó su lento avance hacia la superficie.
               ¿Qué  vamos  a  encontrar  ahí  afuera?,  se  dijo.  Las  tropas  Harkonnen  y  los
           Sardaukar son peligros que podemos esperar. ¿Pero qué otros peligros puede haber

           que ignoremos?
               Pensó en el compresor estático y en los otros extraños instrumentos de la mochila.

           Cada uno de ellos fue de pronto, en su mente, un misterioso peligro.
               Un soplo cálido procedente de la arena de la superficie azotó sus mejillas allá
           donde quedaban expuestas, más arriba del filtro.
               —Pásame la mochila —era la voz de Paul, baja y prudente.

               Obedeció  con  rapidez,  sintiendo  el  gorgoteo  del  agua  en  los  litrojons  mientras
           arrastraba la mochila por el suelo. Levantó los ojos y vio la silueta de Paul recortada

           contra el fondo estrellado.
               —Aquí —dijo él, y se inclinó, tirando de la mochila hacia la superficie.
               Un  instante  después  solamente  había  un  círculo  de  estrellas.  Eran  como  otras
           tantas  aceradas  puntas  de  armas  dirigidas  contra  ella.  Una  lluvia  de  meteoritos

           atravesó aquel fragmento de cielo, como si fueran una advertencia, las marcas de las
           garras de un tigre, heridas luminosas de las que brotase su sangre. Se estremeció ante

           el pensamiento de sus cabezas puestas a precio.
               —Apresúrate —dijo Paul—. Quiero recoger la tienda.
               Un aguacero de arena llovió de la superficie sobre su mano izquierda. ¿Cuánta

           arena puede contener una mano?, se preguntó.
               —¿Necesitas que te ayude? —preguntó Paul.
               —No.

               Su  garganta  estaba  seca  mientras  se  deslizaba  por  el  agujero,  sintiendo  la




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