Page 29 - Diálogos
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Y al final solo nos quedamos nosotros mis-
mos, con nuestros miedos, nuestros sueños y
nuestra ropa
Y así fue como Lucio se encontró con Marcos. Cami-
nando iban cuando de repente, esa serpiente color
carne con labios rojos como mariquitas y pechos gran-
des, se atravesó justo por en medio de los dos, sa-
cando las miradas de lujuria y los bastones por sobre
el pantalón. Ella camino indiferente, pero ellos se mi-
raron uno al otro y decidieron que no había lugar
para los dos en este mundo después de eso. Sacaron
las dagas y comenzaron a pelear, manchando de san-
gre todo aquello que les rodeaba: los relojes, los som-
breros, las camisas y los condones. Sangre con sabor
a miel amarga, como cicuta, con pequeños puntos que
se dirían estrellas, estrellas de todos los colores, azu-
les, amarillas y color viento. Sí, sé que tal vez no lo
conozcas, pero es muy bonito en realidad. Lo puedes
ver cuando te echas en el pasto a fumarte a tu madre
o cuando vas caminado sin llegar a ninguna parte.
¿Para qué caminar, si podemos nadar? Quién sabe,
pero aquel que dio el primer paso en este mundo en
decadencia seguro era un inmaduro, que no sabía que
en el lugar en donde caes, es donde debes echar
raíces, como los perezosos, los árboles de café y las
memorias. Ahí, sin hacer nada, solo esperando que el
tiempo te lleve según su voluntad, según sus caprichos.
Caprichos que terminan cayendo cerca de las mujeres,
las niñas y los afeminados. Porque nadie sabe lo que
tiene. Ni yo. ¿Para qué sirve amasar grandes cantida-
des de dinero si al final lo único que te llevaras a la
otra vida es un buen traje -y ni ese, a lo mejor es
rentado y van por el al día siguiente- unos buenos
zapatos y unas buenas lagrimas hipócritas? Mejor junta
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