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Introducción
En el principio, el mito era una mirada en torno a las diversas conjun-
ciones que dieron pie a una suerte de configuración de tiempos y de
espacios. De esta forma, el mito se presentaba como respuesta a la va-
riedad de interrogantes que fueron arrojadas al vago e indómito mun-
do que fue, desde luego, la cuna de muchas civilizaciones. Así mismo,
la confluencia entre mito y realidad, así como las insostenibles formas
que se produjeron durante el proceso de Conquista, fueron diezmando
el mito. Si bien los mitos representaron las primeras teorías que dieron
respuestas a incesantes preguntas, estos fueron dejados en el plano del
olvido por parte de una civilización que, de manera brutal y despiada-
da, confinó todo aquel registro de una cultura milenaria y ancestral,
la cual contribuyó al desarrollo de importantes civilizaciones allende
a las escarpadas y míticas codilleras de los Andes americanos, lo que
generó en las posteriores generaciones un desconocimiento absoluto y
un rechazo desde los ámbitos filosóficos, políticos y culturales.
La importancia del mito como configuración temporal, de manera
expresa, generó una cartografía que definió los procesos de compren-
sión acerca de estas comunidades tribales. Además, estableció todo
un ordenamiento en cuanto a diversos esquemas que, sin duda, han
creado tanto una metodología como una dialéctica desde una filosofía
como proceso dialógico. Bajo esta mirada el mito no solo obedecía a
una lectura sobre el origen o la representación de un mundo, sino que
también ofreció, desde la cosmogonía tribal, un proceso cuyo sentido
estuvo profundamente demarcado por las tradiciones, rituales y cos-
tumbres: suerte de herencia que acompañó a generaciones enteras y
que, hoy por hoy, están bajo amenaza.
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