Page 84 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
P. 84
legio de unirse a una diosa, son todos los riesgos que ca
sarse con ella suponía para los inmortales, y que ellos re
chazan y, en cierto modo, necesitan trasladar al mundo
humano. Así que los dioses se reúnen, bajan del Olimpo,
el cielo etéreo, a la cima del Pellón, y allí se celebra el
matrimonio.
Las montañas no sólo son un punto de encuentro en
tre dioses y humanos, sino que también constituyen un
lugar ambiguo, la residencia de los Centauros, en especial
de Quirón, el más viejo y más ilustre de todos. Los Cen
tauros tienen una condición ambivalente, ocupan una po
sición ambigua: su cabeza es de hombre, su torso presenta
rasgos equinos y, finalmente, su cuerpo es de caballo. Son
seres salvajes, infrahumanos, crueles —les gusta emborra
charse y raptar a las mujeres-, pero, al mismo tiempo, so
brehumanos, porque, como Quirón, representan un mo
delo de sabiduría, de coraje, de todas las cualidades que
un joven debe poseer para llegar a convertirse en un au
téntico héroe: cazar, saber utilizar todas las armas, cantar,
bailar, razonar y permanecer siempre dueño de sí mismo.
Eso es lo que Quirón enseñará a varios jóvenes, en parti
cular a Aquiles. Por tanto, la boda se celebra en uno de
esos lugares donde los dioses se han mezclado con los
hombres y que están poblados por seres bestiales a la vez
que superhumanos. Las Musas se encargan de cantar el
epitalamio, la canción de bodas, y cada dios trae un rega
lo. Peleo recibe una lanza de fresno, una armadura forjada
por el propio Hefesto y dos caballos maravillosos e inmor
tales: Balio y Janto. Son invulnerables, rápidos como el
viento y, a veces, hablan en lugar de relinchar: en algunos
momentos privilegiados, cuando el destino mortal que los
dioses han querido para los hombres perfila su amenaza
en el campo de batalla, hablan con voz humana y hacen
profecías; es como si los dioses, tan lejanos, hablaran por
87