Page 83 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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Así  pues,  un  buen  día  Peleo  se  acerca  a  la  orilla  del
         mar. Ve surgir a Tetis,  habla con ella, la coge  por el  brazo
         y  la  atrae  hacia  sí.  Para  escapar,  ella  cambia  constante­
         mente  de  forma.  Peleo  está  prevenido,  sin  embargo:  con
         esas  divinidades  sinuosas  y  capaces  de  metamorfosearse,
         lo único que se puede hacer es retenerlas con  un lazo que
         no  ceda,  un  lazo  que  las  sujete.  Es preciso  aprisionar  a la
         divinidad  entre  los  brazos,  con  las  manos  enlazadas  a  su
         espalda  como  si  estuvieran  soldadas,  sean  cuales  sean  las
         formas que adopte -un jabalí,  un poderoso león,  una lia-
         ma ardiente,  agua-,  y no  soltarla pase lo  que pase. Al  fin
         la divinidad se  reconoce vencida, pues ya no puede seguir
         desplegando el arsenal de formas de que dispone para me­
         tamorfosearse,  que  no  es  infinito.  Cuando  ha  recorrido
         todo el ciclo  de  sus  metamorfosis, vuelve  a  su  forma  pri­
         mera,  auténtica,  de diosa joven y hermosa:  ha sido venci­
         da.  La  última forma  que  ha revestido Tetis  para  liberarse
         del  abrazo  que  la  oprime  es  la  de  una  sepia.  A  partir  de
         ese  momento,  la lengua de tierra que penetra en el mar y
         en la que se ha desarrollado la lucha prenupcial de Peleo y
         Tetis llevará el  nombre  de cabo de  las Sepias.  ¿Por qué  la
         sepia?  Porque  cuando  se  quiere  atraparla,  o  un  animal
         marino  la amenaza,  tiene la costumbre de proyectar en el
         agua  a  su alrededor  la  tinta  negra que  oculta  en  su  inte­
         rior,  de  manera  que  desaparece  como  sumergida  en  una
         oscuridad producida y difundida por ella misma. Es la úl­
         tima  baza  de  Tetis;  necesita,  igual  que  la  sepia,  arrojar
         su tinta. Aunque cegado por esa negrura general, Peleo re­
         siste,  no suelta su presa y,  finalmente, Tetis se ve obligada
         a  ceder.  Habrá  boda.  Se  celebra  precisamente  en  la cima
         del  Pelión.  No  es  únicamente  un  monte  que  acerca a los
         dioses y a los hombres,  sino que también es el lugar don­
         de  se  reúnen  para  llevar a cabo  un  intercambio  desigual.
         Lo que los  dioses  reservan para Peleo,  a cambio  del privi-

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