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por Dios soberano, al cual hicieron grandes templos. Y engañados del de-
monio, adoraban en árboles y en piedras, como los gentiles. En los templos
principales tenían gran cantidad de vírgenes muy hermosas, conforme a las
que hubo en Roma en el templo de Vesta, y casi guardaban los mismos es•
tatutos que ellas. En los ejércitos escogían capitanes valerosos y los más
fieles que podían. Tuvieron grandes mañas para, sin guerra, hacer de los
enemigos amigos. Y a los que se levantaban castigaban con gran severidad
y no poca crueldad. Y pues (como digo) tengo hecho libro de estos Ingas,
basta lo dicho para que los que leyeren este libro entiendan lo que fueron
estos Reyes y lo mucho que valieron, y con todo volveré a mi camino".
Todo esto contiene el capítulo treinta y ocho, donde parece que en
suma dice lo que nosotros hemos dicho y diremos muy a la larga de la ido-
latría, conquista y gobierno, en paz y en guerra, de estos Reyes Incas, y lo
mismo va refiriendo adelante por espacio de ochenta y tres capítulos que
escribe del Perú, y siempre habla en loor de los Incas. Y en las provincias
donde cuenta que sacrificaban hombres y comían carne humana y andaban
desnudos y no sabían cultivar la tierra y tenían otros abusos, como adorar
cosas viles y sucias, siempre dice que con el señorío de los Incas perdieron
aquellas malas costumbres y aprendieron las de los Incas. Y hablando de
otras muchas provincias que tenían las mismas cosas, dice que aún no había
llegado allí el gobierno de los Incas. Y tratando de las provincias donde
no había tan bárbaras costumbres, sino que vivían con alguna policía dice:
"Estos indios se mejoraron con el Imperio de los Incas". De manera que
siempre les da la honra de haber quitado los malos abusos y mejorado las
buenas costumbres, como lo alegaremos en sus lugares, repitendo sus mis•
mas palabras, Quien las quisiere ver a la larga lea aquella su obra y verá
diabluras en costumbres de indios, que, aunque se las quisieran levantar,
no hallara la imaginación humana tan grandes torpezas. Pero mirando que
el demonio era el autor de ellas, no hay que espantarnos, pues las mismas
enseñaba a la gentilidad antigua y hoy enseña a la que no ha alcanzado a
ver la luz de la fe católica.
En toda aquella su historia, con decir en muchas partes que los Incas
o sus sacerdotes hablaban con el demonio y tenían otras grandes supersti-
ciones, nunca dice que sacrificaron hombres o niños. Solamente hablando de
un templo cerca del Cuzco, dice que allf sacrificaban sangre humana, que
es 1a que echaban en cierta masa de pan, sacándola por sangría de entre lu
cejas, como en su lugar diremos, pero no con muerte de niños ni de hom-
bres. Alcanzó, como él dice, muchos curacas que conocieron a Huaina Cápac,
el último de los Reyes, de los cuales hubo muchas relaciones de las que
escribió, y las de entonces (que ha cincuenta y tantos años) eran diferentes
de las de estos tiempos porque eran más frescas y más allegadas a aquella
edad. Hase dicho tocio esto por ir contra la opinión de los que dicen que
los Incas sacrificaban hombres y niños, que cierto no hicieron tal. Pero
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