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Los  secretos  naturales  de  estas  cosas  ni  me  las  dijeron  ni  yo  las  pre-
            gunté,  mas  de  que  las  vi  hacer.  No  supieron  tomar  el  pulso  y  menos  mirar
            la  orina;  la  calentura  conocían  por  el  demasiado  calor  del  cuerpo.  Sus
            purgas  y  sangrías  más  eran  en  pie  que  después  de  caídos.  Cuando  se  ha-
            bían  rendido  a  la  enfermedad  no  hacían  medicamento  alguno;  dejaban
            obrar  la  naturaleza  y  guardaban  su  dieta.  No  alcanzaron  el  uso  común  de
            la  medicina  que  llaman  purgadera,  que  es  cristel,  ni  supieron  aplicar  em-
            plastos  ni  unciones,  sino  muy  pocas  y  de  cosas· muy  comunes.  La  gente
            común  y  pobre  se  había  en  sus  enfermedades  poco  menos  que  bestias.  Al
            frío  de  la  terciana  o  cuartana  llaman  chucchu,  que  es  temblar;  a  la  calen-
            tura  llaman  rupa,  r  sencilla,  que  es  quemarse.  Temían  mucho  estas  tales
            enfermedades  por  los  extremos,  ya  de  frío,  ya  de  calor.






                                       CAPITULO  XXV

                      LAS YERBAS  MEDICINALES  QUE  ALCANZARON

             ALCANZARON  LA  virtud  de  la  leche  y  resina  de  un  árbol  que  llaman
                 mulli  y  los  españoles  molle.  Es  cosa  de  grande  admiración  el  efecto
            que  hace  en  las  heridas  frescas,  que  parece  obra  sobrenatural.  La  yerba  o
            mata  que  llaman  cbillca,  calentada  en  una  cazuela  de  barro,  hace  maravi-
             llosos  efectos  en  las  coyunturas  donde  ha  entrado  frío,  y  en  los  caballos
            desortijados  de  pie  o  mano.  Una  raíz,  como  raíz  de  grama,  aunque  mucho
             más  gruesa,  y  los  nudos  más  menudos  y  espesos,  que  no  me  acuerdo
            cómo  la  llamaban,  servía  para  fortificar  y  encarnar  los  dientes  y  muelas.
            Asábanla  al  rescoldo  y,  cuando  estaba  asada,  muy  caliente,  la  partían  a  la
            larga  con  los  dientes,  y  así  hirviendo,  ponían  la  una  mitad  en  la  una  encía
             y  la  otra  mitad  en  la  otra,  y  allí  la  dejaban  estar  hasta  que  se  enfriaba,  y
            de  esta  manera  andaban  por  todas  las  encías,  con  gran  pena  del  paciente,
            porque  se  le  asaba  la  boca.  El  mismo  paciente  se  pone  la  raíz  y  hace  todo
            el  medicamento;  hácenlo  a  prima  noche;  otro  día  amanecen  las  encías
             blancas  como  carne  escaldada,  y  por  dos  o  tres  días  no  pueden  comer  cosa
             que  se  haya  de  mascar,  sino  manjares  de  cuchara.  Al  cabo  de  ellos  se  les
            cae  la  carne  quemada  de  las  encías  y  se descubre  otra debajo,  muy  colorada
             y  muy  linda.  De  esta  manera  les  vi  muchas  veces  renovar  sus  encías,  y  yo
            sin  necesidad  lo  probé  a  hacer,  mas  por  no  poder  sufrir  el  quemarme  con
            el  calor  y  fuego  de  las  raíces,  lo  dejé.
                 De la  yerba  o  planta  que  los  españoles  llaman tabaco  y los  indios  sairi,
             usaron  mucho  para  muchas  cosas.  Tomaban  los  polvos  por  las  narices  para
             descargar  la  cabeza.  De  las  virtudes  de  esta  planta  han  experimentado

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