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de las cejas, encima de las narices. La lanceta era una punta de pedernal
que ponían en un palillo hendido y lo ataban por que no se cayese, y
aquella punta ponían sobre la vena y encima le daban un papirote, y asf
abrían la vena con menos dolor que con las lancetas comunes. Para aplicar
las purgas tampoco supieron conocer los humores por la orina, ni miraban
en ella, ni supieron qué cosa era cólera, ni flema, ni melancolía.
Purgábanse de ordinario cuando se sentían apesgados y cargados, y
era en salud más que no en enfermedad. Tomaban (sin otras yerbas que
tienen para purgarse) unas raíces blancas que son como nabos pequeños.
Dicen que de aquellas raíces hay macho y hembra; toman tanto de una
como de otra, en cantidad de dos onzas, poco más o menos, y, molida, la
dan en agua o en el brebaje que ellos beben, y habiéndola tomado, se
echan al sol para que su calor ayude a obrar. Pasada una hora o poco más,
se sienten tan desconyuntados que no se pueden tener. Semejan a los
que se marean cuando nuevamente entran en la mar; la cabeza siente
grandes váguidos y desvanecimientos; parece que por los brazos y piernas,
venas y nervios y por todas las coyunturas del cuerpo andan hormigas;
la evacuaci6n casi siempre es por ambas vías de vómitos y cámaras. Mien•
tras ella dura, está el paciente totalmente descoyuntado y mareado, de
manera que quien no tuviere experiencia de los efectos de aquella raíz
entenderá que se muere el purgado. No gusta de comer ni de beber, echa
de sí cuantos humores tiene; a vueltas salen lombrices y gusanos y cuantas
sabandijas allá dentro se crían. Acabada la obra, queda con tan buen
aliento y tanta gana de comer que se comerá cuanto le dieren. A mí me
purgaron dos veces por un dolor de estómago que en diversos tiempos
tuve, y experimenté todo lo que he dicho.
Estas purgas y sangrías mandaban hacer los más experimentados en
ellas, particularmente viejas (como acá las parteras) y grandes herbolarios,
que los hubo muy famosos en tiempo de los Incas, que conocían la virtud
de muchas yerbas y por tradición las enseñaban a sus hijos, y éstos eran
tenidos por médicos, no para curar a todos, sino a los Reyes y a los de su
sangre y a los curacas y a sus parientes. La gente común se curaban unos
a otros por lo qtie habían oído de medicamentos. A los niños de teta, cuando
los sentían con alguna indisposición, particularmente si el mal era de
calentura, los lavaban con orines por las mañanas para envolverlos, y,
cuando podfan haber de los orines del niño, le daban a beber algún trago.
Cuando al nacer de los niños les cortaban el ombligo, dejaban la tripilla
larga como un dedo, la cual después se le caía, guardaban con grandísimo
cuidado y se la daban a chupar al niño en cualquiera indisposición que le
sentían y J?ara certificarse de la indisposición, le miraban la pala de la len•
gua, y, si la veían desblanquecida, decían que estaba enferma y entonces
le. dal:ran la tripilla para que la chupase. Había de ser la propia, porque
la ajena decían que no le aprovechaba.
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