Page 193 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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OCUPACION DEL EGIPTO 187
pueblo de un renacimiento, de un nuevo y vitalizador proceso de fermentación,
que sólo podían recibir de la alta tensión del helenismo.
Él Egipto, apenas Alejandro se acercó a él, se hallaba perdido para el rey de
los persas; su sátrapa Masaces, sucesor de aquel Sabaces que había encontrado la
muerte en la batalla de Isos, había hecho acuchillar, ya fuese por envidia o por
un exceso de celo mal entendido, a los mercenarios griegos que desembarcaran
al mando de Amintas, en vez de tomarlos a sueldo para la defensa del país. Ahora,
después de la caída de Tiro y de Gaza, cuando la ocupación enemiga, que llegaba
hasta las tribus árabes del desierto, había cortado completamente las comunica
ciones entre el Egipto y el Asia alta, y la flota procedente de Tiro estaba situada
ya delante de Pelusión, era evidente que lo único que podían hacer el sátrapa y
los persas que le rodeaban era someterse cuanto antes, sin pérdida de momento, al
vencedor.
Y así, cuando Alejandro llegó a Pelusión a los siete días de haber salido de
Gaza, se encontró con que Masaces le entregaba el Egipto, sin oponerle la menor
resistencia. Después de enviar a su flota río arriba, por el brazo pelusíaco del Nilo,
Alejandro se dirigió por Heliópolis a Menfis, para encontrarse allí con ella. Todas
ias ciudades por las que iba pasando se le entregaban sin resistencia; sin encontrar
el menor obstáculo, ocupó Menfis, la gran capital del país del Nilo, cuya sumisión
podía darse así por terminada.
Pero Alejandro no había ido allí solamente a someter; los pueblos con los que
se ponía en contacto debían darse clara cuenta de que la misión que allí le llevaba
era la de liberarlos y ponerlos en pie-, que honraba lo que ellos tenían por sagrado y
respetaba y dejaba en vigor Iq que correspondía a su carácter nacional. Nada había
afectado tan profundamente a los egipcios como el hecho de que el rey Ojos
hubiese degollado en Menfis al buey sagrado. Alejandro sacrificó a todos los dioses
de los egipcios, entre ellos al Apis del templo de Phtha, en Menfis; e hizo que un
grupo de artistas helénicos organizase en aquel templo juegos gímnicos y poéticos,
como queriendo dar a entender con ello que, en lo sucesivo, lo de fuera tendría
también aquí su hogar y que las tradiciones del país serían respetadas y veneradas
igualmente por los extranjeros. El respeto con que trataba a los sacerdotes egipcios
tenía que ganarle por fuerza las simpatías de esta casta, a la que la intolerancia
no pocas veces fanática de los dominadores persas había tratado con el más pro
fundo desprecio.
Con la ocupación del Egipto, Alejandro había dado cima a la conquista de
las costas del Mediterráneo que se hallaban bajo la dominación persa. No sólo
se había realizado, sino que se había superado el más intrépido de los pensa
mientos de la política de Pericles: coronar y asegurar permanentemente la domi
nación marítima y comercial de Atenas mediante la liberación de Egipto; la
cuenca oriental del mar Mediterráneo estaba en manos del mundo helénico
y la dominación sobre el Egipto ponía también en su poder la cercana bahía de la
que partían las rutas marítimas hacia Etiopía y la India legendaria. La posesión
del Egipto abría ante el helenismo perspectivas inmensas.