Page 39 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 39
FILIPO DE MACEDONIA Y SU POLITICA 29
ciudades fueron disueltas, las murallas de éstas derruidas, los vecinos de ellas
que se habían ido a la guerra con los mercenarios malditos como sacrilegos y
dejados a merced de quien los apresase; lo único que se rechazó fué la propuesta
de los oitaos para que fuesen pasados a cuchillo todos los habitantes del país
capaces de empuñar las armas. Por un acuerdo ulterior de los anfictiones, se
transfirieron a Filipo la voz y el voto de los focenses y encomendáronse al rey
de Macedonia la dirección de las fiestas páticas y la protección del santuario de
Delfos.
Así fué como Filipo se puso al frente de esta sagrada liga que, gracias a
todo lo que acababa de acaecer, asumía una importancia política como jamás
la había tenido hasta entonces. La proyección inmediata de estos acuerdos hí-
zose sentir sobre Atenas, la cual no se decidía a reconocer los acuerdos tomados
ni las facultades transferidas a Filipo; en vista de ello, se presentó ante los ate
nienses una embajada anfictiónica, exigiendo el reconocimiento expreso de aque
llos acuerdos. Si se negaban a darlo, la asamblea decretaría la proscripción
contra Atenas, que la potencia del rey de Macedonia estaba en condiciones de
convertir en realidad. El propio Demóstenes aconsejó a los atenienses que no
se dejasen arrastrar a una guerra sagrada.
La política de Filipo siguió desarrollándose con paso seguro y firme. Tenía
ya en sus manos la monarquía del Epiro; las ciudades del Peloponeso se pasaron
a su lado, inducidas por la esperanza de una lucha común contra Esparta; en la
Elida, en Sición, en Megara, en la Arcadia, en Mesenia, en Argos, gobernaban
hombres afectos a su causa. Luego se estableció en Arcanania, concertó una
alianza con los etolios y les cedió el puerto de Naupactos, apetecido por ellos.
El poder de Atenas veíase cercado por tierra y punto menos que paralizado. Pero
tenían todavía el mar; su flota les aseguraba el Quersoneso, el Helesponto y la
Propóntide. Allí era donde Filipo tenía que procurar asestarles el golpe. Sin
dejar de renovar, una y otra vez, sus protestas de amistad y sus intenciones
pacíficas hacia ellos, se lanzó de nuevo sobre Quersobleptes y los pequeños prín
cipes tracios emparentados con él, logró someter el territorio situado a ambas
márgenes del Hebro, consolidó sus conquistas mediante una serie de ciudades
fundadas por él tierra adentro, y las ciudades helénicas situadas en las orillas
del Ponto hasta Odesos aceptaron de buen grado la alianza que les propuso.
Tan grande era la impresión causada por sus éxitos, que el rey de los getas, esta
blecido en el bajo Danubio, impetró su amistad y le envió a su hija en prueba
de afección y de respeto.
Estos éxitos, al mismo tiempo, sembraron el terror entre los enemigos de
Filipo en la Gran Grecia. Los atenienses exigieron la reposición de los reyes
tracios, aliados suyos y enviaron cleruces al Quersoneso para defenderlo del peli
gro que sobre él se cernía, negándose la ciudad de Gardia a recibir los suyos;
la propuesta de Filipo de someter el litigio a un tribunal arbitral fué rechazada
por Atenas y por los estrategas atenienses, al paso que éstos daban ya órdenes