Page 36 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 36
26 FILIPO DE MACEDONIA Y SU POLITICA
auxilio; Filipo acudió con sus tropas y se encontró con que los ladrones de tem
plos, bien organizados militarmente, le oponían una tenaz resistencia, pero al
recibir refuerzos el macedonio, los focenses se batieron en retirada. Filipo hallá
base ahora a la entrada de las Termopilas; situó una guarnición macedonia en
Pagasas y con ello hizóse dueño del puerto tesaliano y de la ruta marítima hacia
Eubea. Hasta entonces no abrieron los ojos los atenienses; pusiéronse en pie
bajo la dirección de Demóstenes y comenzó así su lucha contra la potencia
que, al parecer, ambicionaba implantar su dominación sobre toda la Hélade^
Nadie puede dudar del patriotismo de Demóstenes ni del celo desplegado
por él para salvar el honor y el poder de Atenas, y con razón se le considera
como el más grande orador de todos los tiempos. Lo que ya no es tan seguro es
que su talla de estadista estuviese a la misma altura, que podamos ver en él
al gobernante de la política nacional de Grecia. ¿Cuál habría sido la suerte del
mundo helénico, si la victoria, en esta lucha, hubiera resultado adversa a las
armas macedonias? En el mejor de los casos, la instauración de un poder ático
como el que por segunda vez acababa de derrumbarse, bien una federación
basada en la autonomía de los estados federados, que no habría sabido cerrar el
paso a los bárbaros del norte ni ofrecer una resistencia seria a los bárbaros del
este, ni atraerse y proteger a los helenos de occidente, ya en franco declive; bien
un régimen de dominación de los atenienses sobre territories sometidos, al
modo del que existía ya en Samos, Lemnos, Imbros y Sciros, bajo formas en
parte coloniales, y con vínculos menos fuertes en Ténodos, Proconesos, el Quer
soneso y Délos, territorios pertenecientes también a Atenas. A medida que los
atenienses hubiesen ido extendiendo su dominación, habrían despertado mayo
res recelos y habrían tenido que hacer frente a una resistencia más violenta por
parte de otros estados rivales, con lo cual no habrían conseguido sino agrandar
las divisiones y los desgarramientos del mundo helénico, ya de suyo bastante
profundos, y se habrían visto obligados a aceptar de buen grado o incluso a reca
bar, para poder sostenerse, toda ayuda de fuera, viniera de donde viniese, de
los persas o de los tracios, de los bárbaros de la Iliria o de los toranos. ¿O acaso
Atenas, de salir triunfante, se proponía tan sólo cerrar el paso a los cambios
imprevisibles que el poder macedónico amenazaba con implantar en la Hélade
y mantener el estado de cosas existente? Este estado de cosas no podía ser más
mísero y vergonzoso, y además iba haciéndose cada vez más insostenible y
explosivo a medida que se mantenía dentro de aquella atomización y de aquel
proceso de parálisis progresiva, en que el mundo helénico veía cómo iban que
dándosele anquilosados un miembro tras otro. Aunque los patriotas atenienses
creyeran o dijeran librar la lucha contra Filipo en nombre de la libertad, de la
autonomía, de la cultura helénica, del honor nacional, lo cierto es que ninguno
de estos bienes se habría asegurado con el triunfo de Atenas, con una nueva
hegemonía del demos ático sobre sus aliados o sobre los territorios sometidos,
con aquella desgastada y ya agotada democracia hecha de sicofantes, demagogos
y tropas mercenarias. Demóstenes se equivocaba —error que tal vez pueda