Page 94 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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86 CAMPAÑA CONTRA LOS ILIRIOS
basé del flanco izquierdo “como en cuña”, haciendo ademán de romper por
entre las filas del enemigo. Los taulantinos, a la vista de aquellas tropas invulne
rables y que se movían con un orden y una rapidez tan maravillosos, no se
atrevieron a intentar nuevos ataques y retiráronse de las primeras alturas. Y cuan
do oyeron el grito de batalla de los macedonios y vieron cómo los dardos de
los atacantes se clavaban en sus escudos, los bárbaros sintiéronse poseídos de un
terror pánico y corrieron por las alturas a refugiarse en la ciudad. Sólo un con
tingente permaneció apostado en una de las cumbres por las que pasaba el ca
mino; Alejandro ordenó a los hetairos de su guardia personal que arremetiesen
contra aquella altura; si el enemigo daba señales de querer resistir, la mitad de
ellos deberían echar pie a tierra y luchar como infantes, mezclados con los
de a caballo. Pero los bárbaros, tan pronto como vieron la caballería lanzada a
la carga contra ellos, se retiraron de la cumbre, dispersándose a derecha e iz
quierda. El rey ocupó la altura abandonada, ordenó que avanzasen rápidamente
los demás escuadrones de caballería, los dos mil arqueros y los agríanos y que,
en unión de los hipaspistas y seguidos por las falanges, cruzasen el río y se for
masen en orden de batalla en la margen izquierda, al igual que las catapultas y
los lanzadardos. Mientras tanto, él permanecía en aquella altura con la retaguardia
de sus tropas, observando los movimientos del enemigo, el cual, tan pronto como
se dió cuenta del paso del ejército macedonio, avanzó por las montañas para
caer sobre los que se habían quedado atrás con Alejandro. Pero los asaltantes
retrocedieron, aterrorizados, al ver que el rey cargaba sobre ellos y al oír el grito
de combate de la falange como si se dispusiera a volver a cruzar el río en su perse
cución, con lo cual Alejandro pudo conducir a sus arqueros y agríanos a la otra
margen, a toda marcha. Pero al observar, ya desde el otro lado, que su reta
guardia estaba acosada por el enemigo, ordenó que las catapultas, ya emplazadas,
disparasen sobre él y que los arqueros diesen media vuelta en pleno río, para
lanzar una andanada de dardos contra los atacantes; de este modo, evitando que
Glaucias se pusiese al alcance de sus proyectiles, pudieron cruzar el río los últimos
macedonios, sin que Alejandro perdiese un solo hombre en una operación tan peli
grosa como aquélla. El mismo peleó en los puntos más difíciles y recibió dos
heridas: una, de un mazazo, en el cuello y otra, de una pedrada, en la cabeza.
Gracias a este movimiento, Alejandro no sólo consiguió salvar a su ejército
del peligro manifiesto en que se encontraba, sino que desde la posición que ahora
ocupaba en la margen del río podía dominar todos los caminos y seguir todos
los movimientos del enemigo y mantenerlo en la inacción, caso de que se viera
obligado a recibir refuerzos. Sin embargo, antes de que llegasen éstos, el ene
migo le ofreció la coyuntura de ejecutar un golpe de mano que puso rápido fin
a la guerra en este sector. En la creencia de que aquel repliegue efectuado por
Alejandro era obra del miedo, los ilirios acamparon a lo largo de las murallas
de Pelión por la parte de afuera, sin tomar precaución alguna para atrincherarse
ni ejercer la menor vigilancia en los puestos avanzados. Alejandro se enteró de
ello; a la tercera noche, sin que el enemigo lo advirtiese, cruzó el río con los