Page 399 - Egipto Tomo 1
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316 EL CATEO
Los muros y aposentos de la ciudadela fueron durante largo tiempo testigos impasibles de
matanzas no ménos atroces, que se extendieron á los descendientes de los abbásidas. Una
horda mogólica que bajo el mando de Hulagú, habíase apoderado de Bagdad, (1258) asesinó
al último de los califas legítimos, y con él á sus dos hijos y á la mayor parte de sus más
próximos parientes.
Al subir al trono de Egipto por medio de un asesinato el mameluco Bibars, no existia va
ni un solo califa; mas éste, como pocos astuto y perspicaz, comprendió desde luego que su
reinado seria efímero, si no tenia de su parte á los schiitas y á los partidarios de las
extinguidas dinastías abbásida y evubita, que eran no pocos en la Siria y en el Egipto,
resultado que sólo podría alcanzar dando á su intrusión una apariencia siquiera de legiti-
midad, y cuando ménos, una como vislumbre de consagración religiosa. Fué, pues, para él
motivo de grandísima satisfacción la noticia de haber escapado á la espada de los mogoles
uno de los miembros de la familia abbásida, un descendiente del Profeta, que se decía hijo
del califa Sahir. Resolvió, pues, llamarle desde luego al Cairo, y como acudiera á su ruego,
recibióle con gran pompa y ostentación, y lo alojó cual á su rango correspondía, en uno de
los palacios de la ciudadela, en el cual no sólo le reconoció como califa, en virtud de su
legítima procedencia, prestándole en consecuencia pleito homenaje, sino que le juró fidelidad
como jefe de los creyentes, recibiendo en cambio la investidura de regente de todos los
pueblos sometidos ó que en adelante se sometieran al Islam. El califa por su parte le
concedió el turbante negro bordado de oro, la túnica de color violeta, el collar de oro y las
babuchas, alfanje y escudo, emblemas de su elevado cargo, y desde aquel momento pudo
considerarse jefe de los ejércitos abbásidas cuyos estandartes tremolaban sobre su cabeza,
cada vez que rigiendo el blanco corcel de batalla, paramentado de negro, que era el color de
la dinastía, ejercía las funciones propias de su nuevo estado.
El sultán, que concediera la más amplia libertad á este soberano que él mismo había
creado, pereció en una batalla dada á los mogoles, en la cual dió pruebas de valor y arrojo,
cargando contra el enemigo al frente de una de las alas del ejército, y si bien Bibars llamó
para que le sucediera á un nuevo miembro de la familia abbásida, no sólo le negó toda autori-
dad como jefe de los creyentes, sino que más bien que como soberano túvolo en la ciudadela
encerrado como prisionero. La misma suerte alcanzó á los descendientes de este desgra-
ciado, y todos los sultanes mamelucos gobernaron en su nombre, hasta tanto que Selim I
el Osmanli , después de haber conquistado el Egipto y con él el Cairo, obligó al postrero
esclavos en realidad, á renunciar en su persona su título, su
de esos califas en apariencia y
dignidad y sus derechos. En esta forzada cesión fundan los sultanes turcos de Constantinopla
el derecho á llamarse jefes de los creyentes, derecho que no han reconocido jamás los
sumnitas instruidos, por lo ménos en lo que se refiere á los asuntos espirituales, respecto de
los cuales juzgan que no hay más representante legítimo que el gran cherife de la Meca,
á quien apellidan el Imán.
La historia de los sultanes mamelucos que reinaron en Egipto, está débilmente enlazada