Page 265 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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254       Parte  II. — Doctrina espiritual de Abenarabi
       da. Primero, se le descubre al alma la belleza de Dios, y en ella queda
        tan absorta, que ya no conoce ni quiere sino a El, y ni tan sólo de su
       propia existencia se hace cargo, aunque automáticamente siga vivien-
       do su vida normal de devoción. Cuando, después, la unión consumada
        llega, el alma se despoja de sí misma y queda desnuda para solo Dios,
       viniendo ya a ser como si fuese El (1). Nótese bien el solícito escrúpu-
        lo de esta frase restrictiva, que aleja todo peligro de identificación
        panteísta: no es que el alma venga a ser Dios, sino que ya es como
        si fuera El.
          El logro de esta unión consumada no depende del alma, sino de
        Dios que la rapta. Lo único que a ésta le es dado es la adquisición de
        los actos preparatorios, que son meras causas ocasionales del logro.
        Tres tipos, por lo tanto, cabe distinguir en  el místico que llega a la
        unión. Abenarabi los denomina, respectivamente: el raptado, el ayuda-
        do y el caminante. El raptado es el que la logra por pura gracia infu-
        sa, sin pedirla ni buscaría, sin prepararse siquiera a recibirla con la
        disciplina ascética y la oración de soledad. El ayudado es el que la
        logra tras un principio de preparación personal, pero mediante la ayu-
        da de Dios que le ahorra tiempo y esfuerzo. El caminante, en fin, es
        aquel que por sus pasos contados la obtiene, tras recorrer todo el ca-
        mino con gran esfuerzo y dilatado tiempo, atravesadas una a una todas
        las etapas y moradas de la vida espiritual (2).
          Si lo recorre colmado de los divinos favores, deleitándose en  la
        práctica de la virtud y en las mismas tribulaciones, absorto en la con-
        templación, recibe  el caminante  el calificativo de "querido de Dios"
        (morad).  Si, por el contrario, lo recorre a fuerza de amargas luchas
        y soportando paciente duras adversidades y desolaciones de espíritu,
        animado sólo por la esperanza del premio de su paciencia, entonces se
        denomina morid, o sea, "el que a Dios quiere" (3). Para Abenarabi,
        como para San Juan de la Cruz, este segundo es el más perfecto, por-


          (1)  Tohfa, 14-15.
          (2)  Tohfa,  15.
          (3)  Mawaqui,  190.
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