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que la propiedad se veía sometida cuando la tempestad
soplaba sobre ella. Sin duda se disfrutaba allí de buena
ventilación. El aire debía de soplar con mucha violencia, a
juzgar por lo inclinados que estaban algunos pinos situados
junto a la casa, y algunos arbustos cuyas hojas, como si
implorasen al sol, se dirigían todas en un mismo sentido. Pero el
edificio era de sólida construcción, con gruesos muros, según
podía apreciarse por lo profundo de las ventanas, y con recios
guardacantones protegiendo sus ángulos.
Me detuve un momento en la puerta para contemplar las
carátulas que ornaban la fachada. En la entrada principal leí
una inscripción, que decía:
«Hareton Earnshaw» Aves de presa de formas extravagantes y
figuras representando muchachitos en posturas lascivas,
rodeaban la inscripción. Me hubiese complacido hacer algunos
comentarios respecto a aquello y hasta pedir una breve historia
del lugar a su rudo propietario; pero él permanecía ante la
puerta de un modo que me indicaba su deseo de que yo
entrase de una vez o me fuese, y no quise aumentar su
impaciencia parándome a examinar los detalles del acceso al
edificio.
Un pasillo nos condujo directamente a un salón, que en la
región llaman la casa por antonomasia, y que no está
precedido de vestíbulo ni antecámaras. Generalmente, esta
pieza comprende, a la vez, comedor y cocina; pero en Cumbres
Borrascosas la cocina no estaba allí. Al menos, no percibí indicio
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