Page 7 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 7
alguno de que en el inmenso lugar se cocina—se nada, pese a
que en las profundidades de la casa me parecía sentir ruido de
utensilios culinarios. En las paredes no había cacerolas ni
cacharros de cocina. En cambio, se veía en un rincón de la
estancia un aparador de roble cubierto de platos apilados
hasta el techo, y entre los que se veían jarros y tazones de
plata. Había sobre él tortas de avena, piernas de buey y
carneros curados, y jamones. Pendían sobre la chimenea varias
viejas escopetas con los cañones enmohecidos y un par de
pistolas de arzón. En la repisa de la chimenea había tres tarros
pintados de vivos colores. El pavimento era de piedras lisas y
blancas. Las sillas, antiguas, de alto respaldo, estaban pintadas
de verde. Bajo el aparador vi una perra rodeada de sus
cachorros, y distinguí otros perros por los rincones.
Todo ello hubiera parecido natural en la casa de uno de los
campesinos del país; musculosos, de obtusa apariencia y
vestidos con calzón corto y polainas. Salas así, y en ellas
labriegos de tal contextura sentados a la mesa ante un jarro de
espumosa cerveza, podéis ver en la comarca cuanta queráis.
Mas el señor Heathcliff contrastaba con el ambiente de un
modo chocante. Era moreno, y por el color de su tez parecía un
gitano, si bien en sus ropas en sus modales parecía ser un
caballero. Aunque ataviado con algún descuido, y pese a su
ruda apariencia, su figura era erguida y arrogante.
Yo pensaba que muchos le calificarían de soberbio y hasta de
grosero, pero sentía en el fondo que no debía de haber nada de
7