Page 276 - Fantasmas
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FANTASMAS



           quilla.  Killian  cojeaba  entre  ellas.  No todas  las hojas se  ha-
           bían caído de los árboles, aquí y allí había una  ráfaga escarlata,
           una veta  anaranjada,  como  brasas  ardiendo.  Pegado al suelo ha-
           bía un  humo  blanco y frío, entre  los troncos  de los abetos  y las
           piceas.  Killian  se  sentó  un  rato  en un  tocón y se llevó con  sua-
           vidad  las manos  al tobillo  mientras  el sol se elevaba  en  el cielo
           y la neblina  de la mañana  se  desvanecía.  Los  zapatos  se  le ha-
           bían reventado  y los llevaba  sujetos  con  tiras  de arpillera  cu-
           biertas  de barro, y tenía los dedos  de los pies tan  fríos  que ca-
           si no  los sentía.  Gage tenía mejores  zapatos  que él, pero  Killian
           se  los había dejado puestos,  lo mismo  que la manta.  Había  in-
           tentado  rezar  sobre  el cadáver  de Gage, pero  sólo fue capaz  de
           recordar  una  frase de la Biblia  que decía:  «María  guardaba to-
           do esto  en  su  corazón,  y lo tenía  muy presente»,  y era  sobre
           el nacimiento  de Cristo, por lo que no  servía para decirlo  cuan-
           do alguien había  muerto.
                Sería  un  día caluroso,  aunque  cuando  por fin Killian  se
           puso  en  pie hacía aún frío bajo las sombras  de los árboles.  Si-
           guió las vías  del tren  hasta que el tobillo  empezó  a dolerle  de-
           masiado  para  continuar  y tuvo  que  sentarse  en  el terraplén  y
           descansar  una  vez  más.  Para  entonces  lo tenía  muy  hinchado,
           y cuando  se  lo apretaba  sentía  una  dolorosa  sacudida  que  le
           llegaba hasta  el hueso.  Siempre  había  confiado  en  Gage para
           saber  cuándo  había  que  saltar  del tren.  De hecho,  había  con-
           fiado  en  él para  todo.
                Había una  casa  blanca a lo lejos, entre  los árboles.  Killian

           la miró y enseguida volvió  la vista a su tobillo, pero  después le-
           vantó  la cabeza  y volvió  a mirar  en  dirección  a los árboles.  En
           el tronco  de un  pino cercano  alguien había  arrancado  un  tro-
           zo  de corteza  y tallado  una  equis, y la había coloreado  con  car-
           bón para  que  destacara  sobre  la madera.  Eso  del lenguaje  se-
           creto  de los vagabundos  no  existía,  o  al menos  Killian  no  lo
           conocía  y Gage tampoco,  pero una  señal como  aquélla en  oca-



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