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FANTASMAS
Se la llevó a un hombre que reparaba viejas máquinas de
escribir y otros aparatos eléctricos y éste se la devolvió en per-
fecto estado, pero ya nunca más volvió a escribir sola. Perdió
la costumbre durante las tres semanas que pasó en el taller.
Cuando era una niña, Elena había preguntado a su pa-
dre por qué bajaba al sótano todas las noches a inventar his-
torias, y él le había contestado que lo hacía porque no podía
dormir hasta haber escrito algo. Escribir cosas estimulaba su
imaginación hasta volverle capaz de crear una noche llena de
dulces sueños. Ahora a Elena le inquietaba la idea de que la
muerte de su padre pudiera ser una vigilia eterna y sin des-
canso. Pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
Cuando ocurrió esta historia Elena tenía veintitantos años
y, cuando su madre murió —anciana ya, e infeliz, aislada no só-
lo de su familia sino del mundo entero—, decidió mudarse, lo
que significaba vender la casa y todo lo que había en ella. Aca-
baba de empezar la limpieza del sótano cuando se descubrió
sentada en las escaleras, releyendo las historias que su padre
había escrito después de su muerte. En vida había renunciado
a enviar sus manuscritos a las editoriales, desanimado por los
continuos rechazos. Pero a Elena le pareció que en su obra
póstuma había mucha más «vida» que en sus anteriores es-
critos, y que sus historias de encantamientos y sucesos sobre-
naturales eran especialmente fascinantes. En el curso de las se-
manas siguientes se dedicó a recopilar las mejores en un solo
volumen y empezó a enviarlo a distintas editoriales. La res-
puesta de la mayoría fue que las antologías de autores desco-
nocidos no tenían posibilidades comerciales, pero pasado un
tiempo tuvo noticias de un editor de un sello independiente al
que le habían gustado las historias, y que afirmaba que el pa-
dre de Elena tenía un talento especial para describir lo sobre-
natural. -
—Así es —fue la respuesta de Elena.
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