Page 8 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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La decadencia, pues, está siempre presente en el universo lovecraftiano:

               en su arqueología, en su arquitectura, en su historia, en el propio ser humano.
               Para Lovecraft, el caballero que amaba el siglo XVII, el mundo y el hombre
               no  son  más  que  ruinas:  físicas  e  intelectuales,  como  los  campesinos  que
               siempre asocia a los cultos más grotescos, a las supersticiones más zafias. El

               espacio y los que lo habitan están marcados por la degeneración y la idea de
               progreso  que  inspiró  parte  del  siglo  XIX  queda  enterrada  en  el  pasado
               antediluviano: los avances científicos no pertenecen al futuro, sino al pasado,
               como sucede en Las montañas de la locura.

                    A pesar de esa cualidad abismal y abisal, plagada de profundos, la ficción
               lovecraftiana se separa de la estética de lo sublime que había reinado durante
               gran parte del siglo XIX. Lo sublime es aquella categoría contrapuesta a lo
               bello (como lo es la luz a la oscuridad), en la que el observador puede hallar

               placer al contemplar en el arte escenas terribles que causan asombro y evocan
               peligro: majestuosas montañas, paisajes tormentosos, precipicios abruptos…
               Sin embargo, en la novela gótica la fascinación por la oscuridad y las noches
               tormentosas se alía con cierto didactismo que ensalza la virtud. En Lovecraft,

               por el contrario, se alía con el nihilismo. Aunque en El horror sobrenatural
               en la literatura Lovecraft escribe que «recordamos el dolor y la amenaza de la
               muerte más vívidamente que el placer», añade después: «el asomo de una idea
               terrible para el cerebro humano: la de una suspensión o transgresión maligna

               y  particular  de  las  leyes  fijas  de  la  Naturaleza».  Es  decir,  lo  sublime  se
               expresa en Lovecraft como una emoción que no conduce a la expansión del
               sujeto: en Lovecraft ese conocimiento es el propio horror y no conduce más
               que a la aniquilación. No existe el ensanchamiento de la imaginación ni del

               espíritu de los que hablaba Kant en su Crítica del juicio, tan influyente en el
               romanticismo, ni elevan el alma afirmando nuestra superioridad frente a los
               objetos de la naturaleza. La literatura de Lovecraft está llena de personajes
               que  después  de  tener  un  contacto  con  el  abismo  arrastran  una  vida  de

               miserias. Lovecraft rompe con el antropocentrismo para decirnos que ante la
               vastedad  del  cosmos  somos  tan  insignificantes  como  una  hormiga.  En  ese
               sentido,  la  modernidad  que  introduce  en  el  género  consiste  en  diluir  el
               argumento hasta casi hacerlo desaparecer. En las historias de Lovecraft no se

               narra una sucesión encadenada de hechos sino la revelación de lo sucedido y
               sus consecuencias.
                    Dentro  del  uso  que  se  ha  hecho  del  legado  lovecraftiano  podemos
               distinguir  dos  caminos:  uno  más  cercano  al  pastiche  en  el  que  los  autores

               revisitan  el  universo  de  los  mitos  de  Cthulhu,  como  los  bautizó  August




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