Page 13 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
P. 13

dos metros de altura en algunos puntos que brilla tenuemente bajo la luz del

               amanecer. Por encima, los tallos destacan como siluetas opacas que cabecean
               bajo el peso de un cuerpo que da sus frutos.
                    Harding contiene la respiración. Qué hermoso. Y qué calma tan engañosa,
               porque  independientemente  del  pronóstico  meteorológico,  más  allá  de  la

               calma de la bahía, al otro lado del grisáceo y astillado océano Atlántico, más
               lejos de lo que Harding —o cualquiera— pueda alcanzar a ver, en Europa se
               avecina una tormenta.
                    Harding es un hombre culto, instruido, y es nieto de Nathan Harding, un

               soldado búfalo, un antiguo esclavo nacido en África que combatió en ambos
               bandos  en  la  Guerra  de  Secesión;  cuando  al  abuelo  Harding  lo  enviaron  a
               luchar en lugar de su amo, desertó, mintió y siguió combatiendo en el ejército
               de la Unión.

                    Al  igual  que  su  abuelo,  Harding  también  ha  sido  soldado.  No  es
               historiador, pero tampoco hace falta serlo para ver las señales que presagian
               una guerra.
                    —¿No tienen ningún contacto con ellos? —pregunta mientras prepara la

               cámara Leica que le han prestado.
                    —Vacían  algunas  trampas  —contesta  el  pescador,  refiriéndose  a  las
               trampas  para  langostas—,  pero  no  estropean  la  trampa  en  sí.  Solo  la
               envuelven y digieren las langostas del interior. No es lo ideal —añade, y se

               encoge de hombros. No es lo ideal, pero tampoco supone una amenaza. Estos
               yanquis  nunca  dicen  nada  abiertamente  si  piensan  que  puedes  llegar  a
               entenderlo por el contexto.
                    —Entonces, ¿no intentan hacer nada con los shoggoths?

                    Mientras  ajusta  el  octanaje  de  la  mezcla  de  combustible,  el  pescador
               contesta sin levantar la vista:
                    —¿Y  qué  quiere  que  les  hagamos?  No  podemos  hacerles  daño.  Y  por
               nada del mundo me arriesgaría a desatar la ira de uno de ellos.

                    —Parece que esté hablando de mi jefe de departamento —dice Harding
               apoyándose  en  la  borda  con  la  sensación  de  estar  arriesgándose  más  de  la
               cuenta.  Pero  el  pescador  se  limita  a  mirarlo  con  curiosidad,  como  si  le
               sorprendiese  que  aquel  mono  parlanchín  fuese  tan  ambicioso  como  para

               atreverse a contar un chiste.
                    También es posible que el comentario de Harding no haya tenido gracia.
               Se sienta en la proa con las manos entrelazadas y espera mientras el barco
               surca el agua.







                                                       Página 13
   8   9   10   11   12   13   14   15   16   17   18