Page 15 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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del plano en que dos shoggoths puedan haberse apretado el uno contra el otro.
Debería parecerse al borde iridiscente entre dos pompas de jabón unidas.
Ahora que el sol ya está más alto y queda a sus espaldas —igual que la
inmensidad del Atlántico—, Harding puede ver los colores del animal. Tiene
el cuerpo de un intenso color verde marino que recuerda a los trozos de vidrio
rotos que venden para los acuarios. Los tentáculos, los nudos y cuerpos de
fructificación que cubren su superficie dorsal son de color añil y violeta.
Resplandecen bajo la luz del sol, pero en las profundidades marinas sus
colores le sirven de camuflaje y sus tentáculos se mecen del mismo modo que
las algas.
A menos que lo sorprendieses en movimiento, aquel monstruo translúcido
y moteado te envolvería antes de que pudieses verlo.
—Profesor —dice el pescador—, ¿de dónde vienen?
—No lo sé —contesta Harding. Las salpicaduras de agua salada le pican
en la barba, bien recortada, pero al menos la barba evita que el viento le corte
las mejillas. Ponerse la chaqueta de cuero quizá no haya sido la mejor idea,
pero también le abriga—. Eso es justo lo que he venido a averiguar.
El género Oracupoda es inusual entre los animales de su tamaño por
varios motivos. Uno es la ausencia de cualquier sombra de sistema nervioso.
El animal está tan desprovisto de redes nerviosas, ganglios, axones, neuronas,
dendritas y células gliales como un roble. Esta aparente contradicción —los
animales con sistemas nerviosos tan simples son o bien grandes e inmóviles o
bien, en caso de moverse, bastante pequeños, como una estrella de mar— no
es el único aspecto interesante de los shoggoths.
Y ese es el segundo motivo que justifica la visita de Harding. La otra
peculiaridad, menos conocida, del género Oracupoda es su aparente
inmortalidad funcional. Al igual que las langostas de Maine, a cuyos
caladeros regresan para reproducirse, los shoggoths no mueren de viejos. Es
improbable que dejasen fósiles, teniendo en cuenta que sus cuerpos son
gelatinosos, pero a Harding le resulta fascinante que nadie haya visto un
shoggoth muerto, al menos que él sepa.
El pescador acerca el Bluebird a las rocas y echa el ancla. Es algo para lo
que hace falta arte, aun estando el mar liso como un espejo. Harding se pone
de pie sobre la borda, intenta mantener el equilibrio y aprieta los dientes. Ha
llegado demasiado lejos para vacilar, presa del miedo.
Curiosamente, no teme las toneladas de protoplasma ponzoñoso a las que
va a acercarse. Los shoggoths son bastante inofensivos en ese estado, absortos
en sus sueños, tanto si están reproduciéndose como si no.
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