Page 20 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
P. 20

Alabama  y  aún  no  ha  olvidado  la  experiencia  de  los  restaurantes  donde  se

               practicaba la segregación racial, ni las excusas que se inventaba para no salir
               nunca del campus.
                    Estaba deseando marcharse del sur. Su trabajo de doctorado en Yale, la
               primera universidad del país que había concedido un doctorado a un negro, le

               había enseñado dos cosas, aparte de historia natural. Una era que Booker T.
               Washington  tenía  razón,  y  que  los  blancos  le  tenían  miedo  a  un  negro
               inteligente. La otra era que W. E. B. DuBois tenía razón, y que a veces a la
               gente le daba miedo hacer lo que había que hacer.

                    Independientemente  del  rencor  que  parte  del  profesorado  y  otros
               estudiantes le pudieran guardar, en el norte puede entrar en casi cualquier bar
               y pedir lo que quiera de beber. Y ahora mismo se muere por beber algo, y
               además no le importa estar solo. Decide tomar algo caliente y luego ir a la

               biblioteca.
                    Sigue lloviendo cuando cruza la calle para entrar en la taberna. Se sacude
               las  gotas  de  agua  del  sombrero  y  elige  una  mesa  al  fondo.  Está  junto  a  la
               puerta de la cocina, pero es el único sitio libre y quizá allí esté más caliente.

                    Para llegar hasta la mesa debe pasar entre el gentío que atesta el local a la
               hora  de  comer.  Las  tablas  del  suelo  se  comban  al  pisarlas.  A  pesar  de  la
               tormenta, el local está lleno y todos conversan animadamente. Nadie deja de
               hablar al verlo entrar.

                    Harding  no  puede  evitar  escuchar  fragmentos  de  algunas  de  las
               conversaciones.
                    —Esos  judíos  hijos  de  puta  —dice  uno—.  Aquí  deberíamos  hacer  lo
               mismo.

                    —Nadie te ha pedido opinión —contesta el hombre que tiene al lado y
               que lleva una gorra calada hasta las orejas—. Si al final se declara una guerra,
               espero que no participemos.
                    Esto  último  despierta  el  interés  de  Harding.  El  hombre  tiene  el  codo

               apoyado sobre un ejemplar doblado en tres del Boston Herald, y Harding se
               acerca a él, aunque no demasiado.
                    —Disculpe. ¿Ha terminado ya con el periódico?
                    —¿Cómo?  —pregunta  el  hombre  mientras  se  gira,  y  por  un  momento

               Harding se teme una reacción hostil, pero su cara arrugada por el sol adopta
               una expresión más generosa—. Claro, muchacho. Puedes cogerlo.
                    El hombre empuja el periódico por la barra con la punta de los dedos y
               Harding lo recibe del mismo modo.







                                                       Página 20
   15   16   17   18   19   20   21   22   23   24   25