Page 21 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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—Gracias —dice, pero el yanqui ya se ha vuelto para seguir hablando con

               su amigo, el antisemita.
                    Con  las  manos  temblorosas,  Harding  ocupa  la  mesa  vacía  antes  de
               desplegar el periódico y sostenerlo en alto para acercarlo a la luz.
                    Ve el titular en la primera página de la sección internacional.

                    «Alemania aprueba los linchamientos».
                    —Dios mío —dice Harding, y si en aquel rincón no hubiese tan poca luz,
               soltaría el periódico sobre la mesa como si estuviera sucio. Con el borde del
               papel temblando, lee el artículo donde hablan de tiendas saqueadas, sinagogas

               incendiadas, miles de judíos detenidos y trasladados a lugares casi imposibles
               de  nombrar.  Hablan  de  rumores  de  deportación,  de  asesinatos,  palizas  y
               cristales rotos.
                    Como si tuviese la mano de su abuelo apoyada en un hombro y la mano

               derrotada del káiser en el otro, siente la agobiante sombra de la historia y la
               presión de una guerra incipiente.
                    —Dios mío —repite, y suelta el periódico.
                    —¿Ya sabes lo que quieres? —pregunta la camarera, que ha aparecido a

               su lado sin que él se diese cuenta.
                    —Whisky —contesta, aunque hasta ese momento tenía intención de pedir
               una cerveza—. Triple, por favor.
                    —¿Algo de comer?

                    Se le hace un nudo en el estómago.
                    —No. No tengo hambre.
                    La camarera se va a otra mesa, donde le habla de usted a un hombre con
               gorra. Harding deja su sombrero de fieltro sobre la mesa. Alguien arrastra la

               silla que tiene enfrente para sacarla de debajo de la mesa.
                    Harding levanta la vista y mira al pescador a los ojos.
                    —¿Puedo sentarme, profesor Harding?
                    —Por supuesto —contesta, y se arriesga a ofrecerle la mano—. ¿Puedo

               invitarle a algo? Llámeme Paul.
                    —Burt  —dice  el  pescador,  y  le  estrecha  la  mano  antes  de  desplomarse
               sobre la silla—. Tomaré lo mismo que usted.
                    Harding no logra atraer la atención de la camarera, pero el pescador sí lo

               consigue; levanta dos dedos, la mujer asiente con la cabeza y acude a servirle.
                    —Aún  está  un  poco  paliducho  —dice  el  pescador  al  marcharse  la
               camarera—. Eso le devolverá el color. Eh… quiero decir…
                    Harding le hace un gesto de despreocupación con la mano. De repente,

               está más dispuesto a mostrarse indulgente.




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