Page 22 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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—No  es  por  el  chapuzón  —contesta,  y  vuelve  a  arriesgarse:  empuja  el

               periódico por la mesa y aguarda la reacción del pescador.
                    —Joder, van a matarlos a todos —dice Burt, y le da la vuelta al periódico
               para no tener que seguir leyendo—. ¿Por qué no habrán huido? Cualquiera lo
               hubiese visto venir.

                    «¿Y  adónde  huirían?»,  podría  haber  preguntado  Harding,  pero  es  una
               pregunta  sin  respuesta.  A  juzgar  por  la  mirada  de  Burt,  lo  sabe  antes  de
               decirlo. Prefiere ofrecerle una cita:
                    —«En estos tiempos modernos no ha habido tragedia que iguale en sus

               horribles consecuencias a la lucha de los judíos en Alemania. Se trata de un
               ataque  a  la  civilización,  solo  comparable  a  horrores  como  la  Inquisición
               española y la trata de esclavos africanos».
                    Burt tamborilea con los dedos sobre la mesa.

                    —¿Esa es su opinión?
                    —La de W. E. B. DuBois —contesta Harding—. Lo dijo hace un par de
               años.  También  dijo:  «Se  ha  puesto  en  marcha  una  campaña  de  prejuicios
               raciales de manera abierta, continuada y obstinada contra todas las razas que

               no  sean  nórdicas,  pero  en  concreto  contra  los  judíos,  que  sobrepasa  en
               crueldad  vengativa  y  escarnio  público  cualquier  otra  cosa  que  haya  visto
               nunca; y créanme si les digo que he visto muchas cosas».
                    —¿No es ese el negro que odia a los blancos? —pregunta Burt.

                    Harding niega con la cabeza.
                    —No —contesta—. No a menos que considere odiar a los blancos el que
               haya comparado el tratamiento que se les dispensa a los judíos en Alemania
               con el racismo en Estados Unidos.

                    —No  estoy  de  acuerdo  con  eso  —dice  Burt—.  No  se  ofenda,  pero  no
               querría que usted se casase con mi hermana…
                    —No pasa nada —responde Harding—. Yo tampoco querría que usted se
               casase con la mía.

                    Por fin.
                    Un chiste que hace reír a Burt.
                    Hasta que deja de reírse y se mira las manos, que rodean el vaso. Harding
               no protesta cuando, con el dorso de la mano, empuja el periódico para que se

               caiga al suelo, donde puedan pisotearlo.
                    —¿Adónde  iban  a  huir?  —se  atreve  a  preguntar  Harding—.  Nadie  los
               quiere. Las fronteras están cerradas…
                    —La casa de mi abuelo estaba en el Ferrocarril Subterráneo. ¿A que no lo

               sabía? —dice Burt en un susurro, como si estuviese conspirando—. No era de




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