Page 104 - Extraña simiente
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Sabía, claro está, que era observador y participante a la vez. Pero… ¿de
qué?, se preguntó.
¿Era este momento simplemente una pausa sagrada en el transcurso de los
acontecimientos?
—¡Hola! —gritó.
Paul sintió un escalofrío violento. La tierra había absorbido su grito como
lo hubiera hecho una habitación pequeña y atiborrada de cosas. Lo había
engullido como si la amplitud del espacio que le rodeaba no fuera más que
una ilusión.
Entonces, el bosque le devolvió la palabra, lanzada como a unos
doscientos metros de distancia y sonrió aliviado.
—¡Hola! —volvió a gritar.
—¡Hola! —oyó un segundo más tarde.
Paul sonrió abiertamente.
A su derecha, muy alto, un gavilán volaba en círculos, a la espera.
Delante de él, cerca del bosque, una marmota se contoneaba
perezosamente cruzando el sendero.
Le llegaron sonidos de revoloteos bulliciosos provenientes de un charco
poco profundo completamente invadido de malas hierbas; unos instantes
después, un faisán levantó el vuelo perdiendo unas cuantas plumas.
De repente volvieron todos los sonidos de la tierra.
En ese mismo instante, Paul se puso pálido. Empuñó la escopeta en
posición de disparar, en diagonal, la mano derecha sobre la culata, la
izquierda sobre el cañón. Sentía ganas de gritar: «¡Eh, oídme!». Pero no pudo
articular palabra.
El miedo le paralizaba.
Y la confusión.
Y la certeza.
«La tierra, Paul… La tierra… crea. La tierra crea».
Entonces comprendió lo que Lumas quería decir.
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