Page 100 - Extraña simiente
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XV
Paul lo sabía y trataba con todas sus fuerzas de hacerle frente a la
situación. Pero era imposible. Sólo es posible enfrentarse con lo que es
familiar, reconocible. Pero no con lo que seguía siendo diabólicamente
anónimo. Uno no puede hacer frente a los fantasmas, sólo puede percibirlos.
Paul lo sabía; sabía que no había ningún lobo. El último lobo había sido
abatido hacía setenta u ochenta años, como le dijo a Rachel. Además, los
lobos dejan huellas. Él no había visto ninguna. Los lobos aúllan de vez en
cuando. Pero los únicos sonidos que aquí se oían eran los que se esperan,
sonidos al menos vagamente identificables. Además, los lobos tienen una
forma particular de matar, que aunque es tremendamente eficaz, también es
muy sucia. Mucho más, desde luego, que la empleada en matar a los pobres
animales que había encontrado destrozados. No era un lobo. Pero sí otra cosa.
De pronto, recordó la última conversación que tuvo con Lumas. Dudó en
calificarla de «coherente», ni siquiera estaba seguro de que hubiese sido una
conversación sino más bien un monólogo. Un monólogo que Lumas
necesitaba articular antes de que la muerte lo llamara. Fue como una especie
de último deseo o de perverso testamento:
«La tierra…» —le había dicho Lumas tartamudeando—, «la tierra»…,
había repetido, esforzándose tremendamente para encontrar las palabras
correctas. «La tierra, Paul. La tierra crea».
Paul recordó que todo lo que Lumas dijo había girado en torno a esa idea.
Pero en ningún momento fue ni más explícito ni más preciso. Estaba claro
que Lumas estaba en su vena sutil y opaca, pensó Paul. Opacos, sobre todo,
habían sido sus comentarios a propósito de los «dones» de Rachel. Si Rachel
poseía algún don, este debía ser el muy cuestionable don de tener una
sensibilidad agudísima unida por desgracia a una admirable imaginación.
Prueba de ello eran las voces que aseguraba haber oído tras la puerta cerrada
dos semanas antes. Prueba de ello también era la risa ocasional y apenas
audible que juraba escuchar algunas noches. Una risa que, según ella, parecía
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