Page 105 - Extraña simiente
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XVI






                    Rachel  pensó  que  él  habría  muerto  durmiendo.  O  al  menos  durante  la
               noche, mientras Paul y ella dormían.
                    Ella  quería  entrar  en  la  habitación.  ¡Le  parecía  tan  absurdo  que  no
               pudiera! Al fin y al cabo ella había pasado gran parte de la noche a su lado.

               Pero ahora, cuando apenas había transcurrido un minuto desde que le avisara
               a Paul —«Se trata del chico. No sé lo que tiene, pero le pasa algo. Me parece
               que no respira, Paul»—, lo único que era capaz de hacer era esperar en el
               umbral de la puerta, los brazos colgando a los lados, el cuerpo muy estirado y

               el rostro demudado por la espera.
                    «¿Está muerto, Paul?», era lo que desesperadamente deseaba preguntar.
               Necesitaba  escuchar  las  palabras  definitivas.  Paul  estaba  tardando  tanto
               tiempo… Y era una muerte tan grotescamente obvia… No ofrecía ninguna

               duda.
                    Paul retiró los dedos de la yugular del niño, pero no se enderezó; tenía la
               rodilla izquierda apoyada en el suelo y el brazo derecho doblado sobre la otra
               rodilla.

                    —Se nos ha ido, Rachel.
                    —¿Está muerto? —preguntó Rachel de la misma manera que preguntaría
               ¿Está dormido? o ¿Ha comido? o ¿Se siente mejor hoy?
                    —Sí, está muerto.

                    —Pero ¿cómo?
                    ¿Cómo  se  cambia  un  neumático?,  ¿cómo  se  le  cortan  las  uñas  a  los
               gatos?, ¿cómo se usa un hacha?
                    Paul se incorporó muy lentamente, sin dejar de mirar al niño un instante.

                    —Ha muerto, Rachel; es lo único que sé. Si quieres enterarte de cómo fue
               tendrás que informarte en otro sitio.
                    Paul  pronunció  estas  palabras  como  algo  definitivo,  terminándolas  de
               manera fría y cortante.

                    —¿Ha sido culpa mía, Paul?
                    Paul volvió la cabeza y se la quedó mirando, confuso.



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