Page 109 - Extraña simiente
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—Rachel, estás farfullando.
—¿Farfullando? No, simplemente, estoy pensando en voz alta. Y a veces
los pensamientos no son coherentes. Por lo menos así son los míos. El
lenguaje tampoco lo es. Lumas era bastante coherente, ¿te acuerdas?
Rachel miró a Paul interrogadoramente; estaba sólo a unos pasos de ella y
se iba acercando muy despacio.
—Sí —dijo suavemente Paul—. Me acuerdo.
—Y todo ese disparate sobre la tierra y la creación —Rachel soltó una risa
breve y despectiva—. Para mí, que estaba loco; como una chota. Vamos, de
atar. Aunque, pensándolo mejor, quizá sea lo que tú dices, que estaba senil. O
quizá haya tenido sífilis. ¿Se te ha ocurrido alguna vez pensar eso, Paul? Es
posible… ¿No lo crees?
—Es posible.
Paul estaba sólo un peldaño más arriba que ella.
—Y el niño nunca fue incoherente. No tenía suficiente vocabulario. Él era
tan incoherente como… el cielo. Claro que tú no estuviste tanto tiempo con él
como yo, y no le conociste tan bien. Era muy tozudo, ¿sabes…?
Durante las semanas siguientes, Rachel estuvo pensando y llegó a la
conclusión que fue probablemente el contacto con la mano de Paul —posó su
mano muy suavemente sobre la suya en la barandilla—, lo que desencadenó
la breve depresión nerviosa que le sobrevino. Después, Rachel no recordaba
ni una de las palabras que dijo —«¡Oh, Dios mío, gracias, gracias!» y «Todo
ha terminado, ¿verdad, Paul?» eran las más significativas—, y, aunque le
suplicó a Paul que le contara en detalle cómo fue su depresión nerviosa, este
se negó a hacerlo.
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