Page 111 - Extraña simiente
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lejano, cuando fueran muy viejos y pudieran recordar toda la experiencia con

               el niño como algo que pudo haber ocurrido o no. ¿Aquello nos ocurrió de
               verdad,  Paul?  Yo  creo  que  sí,  pero  no  estoy  segura;  han  pasado  tantos
               años… No lo sé, Rachel. Ojalá se lo pudiéramos preguntar a alguien…
                    Rachel sonrió dándose lástima a sí misma… eso nunca ocurriría, ella lo

               sabía. El niño les dejaba un recuerdo que les pesaría tremendamente hasta el
               fin de sus días. Al menos para ella sería un peso. A Paul, en cambio, todo este
               asunto parecía resultarle simplemente incómodo, como un paso en falso. Pero
               quizá estaba siendo injusta y no sabía interpretarlo correctamente. A lo mejor

               ella le miraba a través de su vanidad, y su vanidad no podía aceptar que él
               sintiera lo mismo que ella, ni que tuviera un sentimiento de culpa tan enorme
               como  el  suyo.  Al  principio,  durante  las  primeras  horas  tras  la  muerte  del
               chico, la culpa que le embargaba era un sentimiento fácil de llevar, era una

               culpa  racional.  Después,  durante  la  noche,  las  cosas  habían  cambiado;  el
               sentimiento aumentaba a medida que ella era cada vez más consciente de que
               había causado la muerte de una criatura exquisita, vibrante y viva. Ella sabía
               que eso no era racional. Porque ella le había alimentado bien, le había lavado,

               le  había  demostrado  de  maneras  muy  distintas  que  se  preocupaba  por  él…
               Llegó a la conclusión de que cualquier otro niño habría sobrevivido. Y esa era
               justamente la clave de su nuevo sentimiento de culpa: «cualquier otro niño…»
                    Este  pensamiento,  esta  certeza,  le  acompañaba  siempre  aunque  fuera

               terriblemente evasivo; era tan escurridizo como una palabra específica pero
               poco empleada que nunca viene a la memoria cuando se intenta recordarla, o
               como  un  nombre  que  también  se  resiste  a  ser  recordado.  Solía  venirle
               espontáneamente, pocas veces cuando se esforzaba y nunca si el esfuerzo era

               grande.
                    Rachel volvió la cabeza. Paul estaba de pie en el umbral de la puerta, con
               una ligera expresión de disgusto en la cara.
                    —¿Qué haces, Rachel?

                    —Nada, pensando —dijo Rachel con voz neutra.
                    —Rachel, tenemos que hablar. Hay algo que…
                    —Y recordar.
                    —¿Vas a seguir autocastigándote?

                    —Sí —susurró Rachel, esbozando una sonrisa autocompasiva.
                    Paul suspiró profundamente y repitió:
                    —Tenemos que hablar.
                    El  tono  de  su  voz  la  sacó  de  su  ensueño  y  eso  le  disgustó;  hubiera

               preferido seguir consigo misma un ratito más. No le contestó, esperando que




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